El Papachayo (Poemas Abstractos)
Poemas Abstractos, Surrealista , Oníricos,Poesías, Poeta Nicaraguense Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz), Nicaragua, Managua América Central, sacuanjoche, Poemas Contemporaneos, Poemas

lunes, 8 de septiembre de 2025
Edad de juventud glacial
Soy de juventud glacial, de lentos, errabundos
domingo, 7 de septiembre de 2025
Ceniza de sándalo agraciado
A cuánto guiño de párpados el cielo me
reprende,
oh humor mortal… frágil, hechizado.
Me encojo en la fiebre de mi propio empeño,
me hielo cuando la farsa estalla,
me hielo otra vez, como si fuera nueva.
Me asusto si el cetro del lamento me
acongoja,
si la rienda se dobla y me consiente,
si el teclado me sujeta en su rigor:
días y noches —tan hoscos—
con ceniza en la frente, arcilla de mis
días.
Mas sólo guardo sombra para el sueño.
Ni al picaporte.
Ni al pulso insolente.
Ni a la herida… ni al sándalo agraciado.
Y, sin embargo, me defiende mi quimera
incierta:
el gesto de mis mareas celestes,
desmayadas,
me embriaga de clemencia,
y en ese naufragio —renazco—
como luz que se disuelve y regresa devuelta
en mí.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 5 de septiembre de 2025
Horas del Zodiaco
Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos
turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de
quietud.
El júbilo es un extracto de vacío,
dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
Agito el pedazo de follaje que se trenza en
mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos
helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en
mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo
Nudo y cordillera
Siento el nudo de vapor encenderse
sobre mi sala vacía,
mi memoria se escapa
tragándose los bordes de las cosas,
mientras la tarde se derrama
como un suspiro roto sobre mis sienes.
silencio que araña mi entraña.
escucho golpes lejanos,
mi madera no cede,
mi café frío en vigilia
mi mesa hundida en sombras.
veo la chispa saltar entre mis dedos,
la bruma quedarse en mi garganta,
mi cordillera respirando dentro de mí.
polvo agudo, sin custodia
el
anillo torcido de un dios.
Ivette Mendoza Fajardo
Estaciones dormidas
Siento el borde contorsionado,
de rama que se cuela
en mi corazón frutecido.
Hora desierta,
lejanía del mundo.
Guardo un abrigo secreto,
callo lo que rompe bajo la lengua.
Abrazo que no termina.
Ato estaciones dormidas,
equilibrios sin miedo
apretujados en mis manos.
Sueño quebrado
dentro de un círculo cerrado.
Tropel de insectos.
Luna que me atraviesa
y abre lo bravío en mi carne.
Aquí permanezco frente al arrullo
de la vertiente,
descifrando el misterio de mí misma.
Las articulaciones del ocaso
palpan mis ropajes vacíos.
Un semblante ajeno
se hunde en la efervescencia,
sin despedida.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 4 de septiembre de 2025
En la intemperie académica
Anochecida recorro las ruinas de la fragua
antigua.
La noche golpea mi carne con su prosa seca.
Llevo siglos diluyendo el juguete de mi
tristeza,
maravillosa entre pájaros mínimos.
Pastoreo mariposas del fulgor mental
cargadas de semillas heroicas.
La polea intuye mi paso:
no es heráldica, ni un girasol ciego.
El cenicero es un ruiseñor que se sabe
bello
en la eternidad sangrada,
en la risa de la garúa del trueno,
en el confín.
Se resquebraja la incógnita de mis pasos;
el tiempo tras el cristal queda resentido.
No es el cabello sagrado de la pregunta
salvaje.
Mi ataúd es un puente de hojarasca sonora.
A mitad del sueño, mi maúllo retrocede
en la oquedad del pasto.
Al nombrar los pliegues de dolor,
mis esqueletos se alzan, fabulosos,
a lucirse en la intemperie académica.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 3 de septiembre de 2025
Estandarte sin resplandor
Abrir los ojos es caer en humo leve,
vasija temeraria que nadie alcanza.
Nada ocurre aún,
hasta que despiertan las aves negras,
hasta que trazan la mueca del mundo.
Sombras heladas —inmortales—
no vibren en lo hondo:
aquí se quiebra la piedra del nadie,
y una cifra nos ciñe en la enredadera.
Amado mío, grábame en tu secreto,
para no suplicar en el cálculo del dolor.
Toma mi frente,
sumérgela en la llama que me aprieta,
donde el silencio responde,
donde me disuelvo,
y el fuego consume mi reflejo.
¡Oh cielo!, elévame sin resplandor
en tu estandarte.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 2 de septiembre de 2025
Horizontes de hielo
Horizontes de hielo por tu ausencia,
y dentro de mí un verano secreto arde en
pleno día.
Las paredes antiguas muestran sus grietas,
tantas voces quedaron aferradas a la cal.
La luz que dejas tras de ti, se disuelve en
la esquina,
mi mirada tropieza con un reflejo tuyo,
un destello que se escapa entre los
adoquines.
Te mueves como humo entre la tarde,
y pienso que tal vez podría tocar tu fuga,
esa fuerza invisible que sostiene tu calma
y deja temblando mis horas.
Me resguardo en estas calles caídas del
cielo,
imagino tus besos despiertos en algún borde
del tejado,
y esta mano se escurre por tu pecho: sin
regreso en mi sentir.
Tu aliento me devuelve un soplo de júbilo,
derribando la frontera entre tu cuerpo y mi
deseo.
Extraviado mi silencio entre puentes
desiertos,
la ciudad se abre como herida.
Y mientras tu corbata guarda más preguntas
que respuestas,
yo permanezco sin un lugar donde caer,
prisionera de tu presencia ausente.
Ivette Mendoza Fajardo
Aguijones en la piel
Hay un enjambre de diptongos que late cada
ciclo,
y una miel de ceniza mancha el alma.
Perseo, intuías la fractura de cada abeja
en mi pecho:
solo al hallar la otra cara de la vida en
otro panal
me reconcilio conmigo.
¿Por qué, Eurípides, zumba esa condena?
Si la lluvia vuelve a fecundar,
solo el aroma solar de su cuerpo me
sostendrá.
¿Cómo revolotear el tiempo viscoso?
Un instante de calma me da un segundo
nacimiento;
déjame beber pólenes húmedos en el bosque.
Aún queda fulgor en la colmena,
y la miel respira resignada.
No logro destilar dulzura;
un zumbido de hiel repercute en mis sienes.
Canción de aire, ¿me rondas?
Te deseo, te miro, pero no te encuentro,
contemplar el almíbar de mi casa
en semana santa:
que el deleite quiebre mis sentidos.
“...no te dejo ni sol ni sombra...”
Subías a mi paladar cuando era niña,
y una sabihonda abeja nos juntaba.
Echo de menos aquel verde campo,
aguijones prendidos en la piel.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 1 de septiembre de 2025
Itinerario de sudor
Rectangular en la bisagra de los platinos,
así decía mi abuelo,
el riel viene a su encuentro: gravito en
sus sueños
y me dejo llevar por el vértigo que empuja.
El eje del tranvía me juzga apasionada, a
buen recaudo,
y los cigüeñales —viejos, matriarcales—
me señalan rutas que no elegí.
Gorjeo entre pernos y correas que alucinan
su orden, y obedezco no por mandato,
sino por el peso familiar de su empuje.
Andamios flexibles se acercan, silenciosos,
rozando el nylon opaco de las ruedas
gastadas,
que sin promesa me guían por este
itinerario de sudor.
En el chasis del alba adolescente,
las tuercas ajustan su armadura hacia lo
trimestral,
y mi marcha se aligera con un ritmo
que me nace desde el corazón: trémulo, casi
frágil.
No hay furia abierta ni gleba en este viaje
a Vancouver,
solo el golpe seco de la manija al
descender
por la leva de mis muslos metálicos,
mirándome al espejo,
vibra en mí un instinto temerario y
esmirriado,
como un pájaro atrapado en una tubería.
Tal vez en la distancia, desde las
palancas,
algún huraño interrumpe al compresor
herido,
mientras el chasis circula, cautivo,
y yo me dejo doblar por la vibración donde
todo me somete.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 29 de agosto de 2025
Astillas de aire
Las oropéndolas picotean la ventana.
Escarban melancolías en mi pecho sonoro.
En la vereda descamada me rasguña
la mácula del humo.
Sus calices se dispersan lentamente.
El céfiro erosiona bordes torcidos.
La penumbra del anhelo es casi música en el
alma.
Y en todo el patio la quietud guarda
astillas de hierro.
Dentro de mí parpadea un ala, como la magia
de mi niñez.
Instante suspendido de un amanecer:
zumbando en mis sienes,
crepúsculos de vida desgastada que nadie
puede sujetar.
Todo reposa en claridad rendida: muros,
dinteles, aldabas,
la mesa, la lámpara, la cortina. Luces que
hablan sin palabras.
La azotea y el suelo tan sinceros con sus
ojos abiertos.
Todo permanece bajo la claridad de la
mañana.
En sus melodías permanezco. Me libera un
sol de blanca sangre.
Atravieso atardeceres entreabiertos: el día
es un viaje en la emoción.
¡Oh nidos que deambulan inmortales!
Pequeños fragmentos de conciencia.
Soy el caminante que derrama miel de fuego
en
el corazón de la hojarasca,
colándose como aire entre la hendidura de
las hojas.
Ivette Mendoza Fajardo
Escarban melancolías en mi pecho sonoro.
En la vereda descamada me rasguña
la mácula del humo.
Sus calices se dispersan lentamente.
El céfiro erosiona bordes torcidos.
La penumbra del anhelo es casi música en el alma.
Y en todo el patio la quietud guarda astillas de hierro.
Dentro de mí parpadea un ala, como la magia de mi niñez.
Instante suspendido de un amanecer: zumbando en mis sienes,
crepúsculos de vida desgastada que nadie puede sujetar.
Todo reposa en claridad rendida: muros, dinteles, aldabas,
la mesa, la lámpara, la cortina. Luces que hablan sin palabras.
La azotea y el suelo tan sinceros con sus ojos abiertos.
Todo permanece bajo la claridad de la mañana.
En sus melodías permanezco. Me libera un sol de blanca sangre.
Atravieso atardeceres entreabiertos: el día es un viaje en la emoción.
¡Oh nidos que deambulan inmortales!
Pequeños fragmentos de conciencia.
Soy el caminante que derrama miel de fuego en
el corazón de la hojarasca,
colándose como aire entre la hendidura de las hojas.
Ivette Mendoza Fajardo
Huertos callados
Senderos de incertidumbre
hienden mis ríos descalzos;
me cercan voces dormidas,
me germinan huertos callados.
Senderos de incertidumbre,
la vereda se abre y se tuerce;
en el remolino de miradas
otras manos cautivas resuenan.
Casi al umbral del zafiro del mundo
brota un lirio, nítido, intacto, esperando.
Me sorprenden letanías serenas
en el filo helado de la nada;
la lluvia se desgrana en su despedida
y sostiene lo frágil.
Senderos de incertidumbre:
¡ha germinado la quimera!
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 28 de agosto de 2025
Médula del desvarío
Irradia mi médula elástica en el enchufe de
la expresión.
Entre los engranajes siento cómo resbala la
sentencia quebradiza,
llega con el arrebato de la sinrazón.
El mundo camina sobre la leve furia de los
sentidos
y deja tras de sí una estela enajenada,
fósforo hermoso.
La horca de la desazón apolilla mi existir.
Corrige, a su modo, el rumbo de un farol.
Sólo hay una forma de ver la tarde
mastodóntica:
cuando un rostro agrietado aparece en el
imperio del meteorito
y se exonera entre las cejas del designio.
La tierra es un extraño ruido que se aferra
a un broche perdido;
en la pureza de sus muecas lidia con el
combate
de tercos besos.
Las viñas del dolor navegan peregrinas,
cargadas de divina esencia.
La mañana se sostiene de prisa, persa en su
ademán, como los
corazones apresurados.
Y en mi médula gravita la forma intacta del
desvarío.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 27 de agosto de 2025
La polea del silencio
Desde la polea del silencio, la noche anuda
la llama zarandeada por un piano oscuro
que toca la ventana solitaria
con la paciencia crepuscular en su pulso
aletargado.
Es un texto de sombra que pide el fuego,
una maravilla intacta devorada,
una fisonomía reanimada de sol.
Su acento es desvelo en semáforos del
cielo,
claustros serenos como mapas errados,
y una calle sinfín que se transparenta,
dormida como la mañana centellante que
guardo.
A usted, palabra desahuciada,
llovida de niebla y fe,
le entrego las horas que se deshacen
en el cansancio de mis venas.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 26 de agosto de 2025
Ramaje encendido
Si tu voz no me alcanza por el ramaje
encendido,
se disuelve el instante en la arena de mi
sangre;
te miro como un faro que flaquea sobre una
daga
de esplendor, y me extravío en la niebla de
la espuma.
La sed de tu pupila presurosa llora en la
quietud,
en el desierto que a diario me consume; una
mácula
me late la garganta por tu vida entera,
por la esfinge del mar, sedienta de la
lluvia que se esfuma.
No me retires tu cauce ni tus palabras,
no te encierres en la piedra desvelada que
vacila,
ni en la fiebre del estruendo que me
erosiona;
mis árboles se quiebran sin rocío.
Deja que los manantiales de tu centro,
minúsculos universos con su música lenta,
resuciten mi campo en el estío.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 24 de agosto de 2025
Partícula aromada
Todo colapsa cerca de mí, el mismo campo,
el mismo vacío cuántico.
Debajo de un beso tuyo, un fotón
entrelazado se pliega en su espín,
y mi onda superpuesta, la de siempre,
persiste aquí, reclamando energía.
Giro en la función de probabilidades tras
mis átomos. El átomo disimula,
y el orbital, idólatra, desciende a mi
frecuencia indeterminada.
Hay quarks que van tejiendo las moléculas
como telas de araña.
La constante de Planck me da una dosis de
cariño en su vibración.
Y mi resonancia se expande en el universo.
El universo entero se enreda en mi
partícula aromada.
Una dimensión de incertidumbre me presiona
como materia fragmentada
que busca tu brisa ácida.
Toca colisionar con mi propia radiación, el
canto radiante de tus alas.
Mis electrones se dispersan, recorren
hambrientos la malla,
y mis neutrones excitados perciben el rigor
de la interacción que soy.
Ivette Mednoza Fajardo

Debajo de un beso tuyo, un fotón entrelazado se pliega en su espín,
y mi onda superpuesta, la de siempre, persiste aquí, reclamando energía.
y el orbital, idólatra, desciende a mi frecuencia indeterminada.
La constante de Planck me da una dosis de cariño en su vibración.
El universo entero se enreda en mi partícula aromada.
que busca tu brisa ácida.
Mis electrones se dispersan, recorren hambrientos la malla,
y mis neutrones excitados perciben el rigor de la interacción que soy.
Ivette Mednoza Fajardo

sábado, 23 de agosto de 2025
Inercia de Otoño
Me reconozco en la inercia del otoño que
dilata la tarde,
un calor latente que se estira hasta
quebrarse.
La resistencia del aire colisiona breve,
se apaga en la epidermis de los segundos
cósmicos.
El tronco del impulso me revela en su flujo
térmico;
ya no indago las entropías del suelo
descubierto,
sólo me cubre el centelleo del recuerdo eléctrico,
en la polaridad del cielo.
La fuga del calor es un manto de intemperie
a paso de tortuga.
Mi contorno es enojo en circuito cerrado
que se deshace en la sangre y en el fuego;
la nueva soledad se afila con el soplo del
viento.
Camino con descargas de alto voltaje,
y la senda se desprende detrás de mí:
es el tiempo
mudando de cuerpo, de temperatura y
fricción.
Ivette Mendoza Fajardo
Músculos del silencio
El pulso del cuerpo cede bajo un cielo que
se agrieta.
Mi mirada se disuelve en la radiografía del
horizonte
y traza su diagnóstico, su única residencia
entre los vivos.
Está fría la luz y el flujo sanguíneo se
agita.
Aún no despiertan las pupilas estelares en
este examen vespertino,
cubierto por descargas eléctricas, por el
estruendo de impulsos nerviosos
y por la tensión de los ventrículos.
Y aquí estoy, frente a mi propio torso.
La llama interna de donde se abrieron
mis
ojos
para inspeccionar la anatomía del mundo
y recitar, a todos los músculos, un
silencio suspendido.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 22 de agosto de 2025
Vertientes Secretas
Me oculto en tus vertientes, robando
silencios,
y la fantasía de tu letargo me araña la
lengua.
Cada promesa tuya perfora mi destino,
rompiendo laberintos donde se extravían
las imágenes sonoras del deseo.
Te miro:
vibras en mí sin conquista del tiempo,
el relámpago de tus dedos truena en mi
nombre antes de decirlo.
Una furia tuya golpea mi pecho,
yo guardo el rumor, me retuerzo en la
espera de tu risa sardónica.
Eres chispa atravesando muros y tormenta,
una calle que se abre con mis pupilas sin
límites,
un loco compás que dibuja caminos
invisibles entre nosotros,
y, aun así, me ofreces un canto matinal
como si fuera una fresca mañana nacida para
mí.
Ivette Mendoza Fajardo
Sin proa ni popa
Una mórbida hormiga sobre mi delirio
viajero
rompió los buques rasgados por la fuerza
centrípeta,
siglos que habitan la otra orilla,
en el espejismo turquesa que camina suavemente
con venas de asombro.
El ojo abierto reconoce al navío:
en su alcantarilla se deshoja.
Alguien llama en las aguas harapientas,
donde no hay proa ni popa,
solo la chispa del reposo.
Cruje el timón, cruje la noche;
por eso sigo soñando con la sirena del
amor,
que canta su sed a la orilla
de una espuma inocente.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 21 de agosto de 2025
Caracol borrego
Rutina insostenible del alma:
horas de amapolas detenidas en la sal
secuestrada,
caracol borrego vacío que grita al viento
su espuma,
sonrojo estremecido sobre el coral y la
concha
se enloquece.
Fatiga de pedal en flor:
una miel a punta de caramelo se petrifica
en luz,
deleita la nada del desenfreno de
arrecifes,
la vasija de piedra calla su secreto en
muda corriente,
un jardín interior se disuelve a rienda
suelta.
Rutina insostenible del alma:
el encuentro a tientas en su ligadura, como
algas verdes,
espuma quebrada a todo trance en la uña del
alero,
ventanas celestes hacia un pasado intacto.
Destino incierto:
en la brecha de la ausencia se aburre la
ostra,
un párpado clausura la mecha ardiendo, y no
hay preguntas,
futuro rabo de hoguera que nadie elude.
Ivette Mendoza Fajardo
Voces extrañas sobre la tierra
Me redimo entre voces extrañas que se
inclinan,
el suelo es mi dueño y me desarma a la vez;
no huyo, no me diluyo en los pantanos de la
bruma,
el mundo me observa y me desvanece
en
la desazón de un alma adolorida.
Cuchichean las raíces que laten bajo mis
pies,
el viento me despotrica, se lanza al
silencio silbando,
las piedras no dejan que caiga ni que me
levante,
el tiempo se enreda en mis baratijas
amistosamente.
La luz bebe las tormentas que atravieso,
el abandono roza mis brazos de ave
resentida,
la savia de los días se ahoga en charcos de
silencio.
Me renuevo en aire: solo existe
una tierra incomprensible: cercanía y
fuego,
el crepúsculo es blanco y me llama a
desaparecer y rendirme.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 20 de agosto de 2025
Aventurera en lontananza
¡Una aventurera!, me digo.
Camino por sendas de polvo y hojas secas,
busco la lontananza
donde la congoja de mi pañuelo no aúlle
y mi vida no sea arena movediza bajo mis
pies.
Aprendo de la esperanza del tranvía
expreso,
siento el cielo crujir en mi sangre
como ramas secas que se parten;
avanzo, mitad sombra, mitad filo de acero,
soñando en el silencio que me aprieta el
pecho.
Atrapo metamorfosis de troncos dormidos
que visten almas humanas de tallo y polen;
olfateo nubes de fragmentos
que flotan como humo entre mis manos,
tesoros que nadie reclamó en esta vida,
como si fueran mis monedas de oro.
La luna burla los cigarros del mundo,
ese sueño insano que devora la carne,
y queda solo, perdido,
en la bruma que huele a barro mojado
y al carbón del tiempo que consume los
días.
Ivette Mendoza Fajardo
Camino por sendas de polvo y hojas secas,
busco la lontananza
donde la congoja de mi pañuelo no aúlle
y mi vida no sea arena movediza bajo mis pies.
Aprendo de la esperanza del tranvía expreso,
siento el cielo crujir en mi sangre
como ramas secas que se parten;
avanzo, mitad sombra, mitad filo de acero,
soñando en el silencio que me aprieta el pecho.
Atrapo metamorfosis de troncos dormidos
que visten almas humanas de tallo y polen;
olfateo nubes de fragmentos
que flotan como humo entre mis manos,
tesoros que nadie reclamó en esta vida,
como si fueran mis monedas de oro.
La luna burla los cigarros del mundo,
ese sueño insano que devora la carne,
y queda solo, perdido,
en la bruma que huele a barro mojado
y al carbón del tiempo que consume los días.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 19 de agosto de 2025
Esqueleto de palabras
El vidrio orgulloso guarda un reflejo,
como un eco detenido en su fiebre.
Me acerco al borde,
mi cuarto se abre en tajos invisibles,
el polvo respira,
mi mano hiere la página pensante.
El encierro se estremece,
y el café que tomo me grita cansancio.
Una calavera circula en los espejos,
me devuelve un idioma asustado.
Abro la puerta,
y los días desfilan sin color,
solo deseo,
solo ruido creciendo adentro.
Allí,
tras la tela del humo,
el esqueleto de palabras
se levanta en otro refugio.
La hoja me expulsa,
pero me deslizo a su médula,
como sorprendida
de mí misma.
Ivette Mendoza Fajardo
El agua se hace cuerpo
Un nombre tuyo —placer antiguo—
me borronea y me consume
hasta que en mis entrañas
la culpa se disuelve.
Ese fuego de ideales aún vibra
bajo el ombligo de un gesto,
puro espectro. Ansío, me entrego.
Un imán con garras me deshila,
nervio tras nervio me arrasa,
derrama con fuerza absoluta.
Un recado ya es piel. ¿Quién sostiene
tal conjuro secreto?
En la grieta del instante perdido
algo huye de su brújula rota,
se precipita en caricia,
trastorna la memoria.
Mi agua resplandeciente se hace cuerpo,
placer —soñado— regresa,
mi vivir se convoca a sí mismo.
¿Alma, carne? Mi esencia,
meticulosa, todavía gime.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 18 de agosto de 2025
Narradores de Soles Nacientes
He sido signos cegadores entre la luz
lánguida,
centinela de noches que escrutan su propio
silencio,
narradores de soles nacientes
que iluminan laberintos desdibujados que se niegan a
dormir.
Este Génesis en mis manos es el rito final,
el brío que quema la alegría de la memoria
y convierte la existencia en chispas de
luna,
un mapa que arde sin geografía.
Los valles de tanta sed se retuercen bajo
mis latidos,
el eje interior se despereza como un pájaro
oculto,
músculos en sombra, colmillos de aire,
buscando escape en la tierra herida.
Ni siquiera el horizonte podrá borrar
lo que hemos sido, lo que aún nos habita,
como la mano que desafía el infinito.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 17 de agosto de 2025
Voz de quesillo y pinol
Tu voz es enchilada en mi hambre,
roce que quema y germina,
deliciosa en mi paladar,
como bolillos que abrazan nacatamales,
nacidos con tierra y sol nica.
Me desata, me enciende,
un Gueguense despierta en mi pecho,
memorísticamente,
para domar la brisa azul y blanca
con la tuya.
Sigilosa me invade,
guardatinaja ardiente susurra en mi oído,
himnos de lagos y volcanes
derriban mis silencios
y nos arrastran a la danza del Toro Guaco.
Tus sílabas y las mías se buscan,
se hieren, se enredan,
y el aire, sudado y vivo,
se hace nuestro cuerpo ungido,
ritmo y alma de quesillo y pinol.
Ivette Mendoza Fajardo
sábado, 16 de agosto de 2025
El Muchacho y la Marimba Existencial
Yo lo sé:
regresa a mí el muchacho de vinos
inciertos,
ese que resuella en madrugadas torcidas
y se zarandea al compás de una marimba inspirada.
Lo miro regatear con hablantines de
distancia,
cambiar mi desvelo por un plato de
fritanga,
y en mi alma atesora la noche como candil
de festival.
No entiendo el conjuro de su zapateo,
pero me provoca —quieta, absurda—
en el petate áspero y en la sed de la
tinaja.
He rastreado sus pasos en la tierra
astillada del garañón,
donde alguien golpea maderas tercas para
tentar la suerte
y el miedo se agita en un vaso oscuro de
jícaro.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 15 de agosto de 2025
Raíz de mis noches errantes
Siento un hálito de brezos y cardos,
dulce al tacto y punzante en mi baúl de
remembranzas;
mis inocencias se enroscan en nardos secos
y los inviernos antiguos gotean frío sobre
mis aleros.
Roce de juncos, plumas caídas,
humo que trepa y se dispersa por mis noches
errantes,
campos mudos donde mi sueño es raíz,
ciencia temblorosa de la niebla que me
toca.
El tiempo, raudo del verso y silencioso,
es mi amor sin astillas,
copa que guarda mis sacrificios hiperbóreos,
con sonrisas que escapan, fugaces,
restos de días enterrados bajo ceniza de
memorias y objetos.
Oh, mis corpiños del agua, olvidados,
mis secretos que tallé en vigilia, de
dolientes canas;
¿Dónde buscar, dónde estoy agotada, lo que
llora sospechoso?
Sed de lluvias que no caen,
soledad que se extiende sobre los costados
de mi santuario inexorable,
y me susurra cuando miro mi reflejo.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 14 de agosto de 2025
El crepúsculo del recuerdo
Mis mañanas en el traslúcido mirador.
Agosto,
poblado de espíritu complacido, lleno de
hojas y mi presencia,
me rinde a la suavidad de la lluvia
y escucho los murmullos del magnolio.
En la espiga de mi mundo, broches de oro y
cendal,
la intensa sensación de reverdecer
al alborozo fresco de la natura.
Mis mañanas fértiles de flores y azul
profundo,
radiantes de terciopelo, radiantes de
vides.
Qué me diría esa nube devorada por el
tiempo
si el alma, colmada de luz y azucenas
trémulas,
se sumerge en el crepúsculo de todos mis
recuerdos.
Qué fragmento de vida me lleva el andar
hacia lo pálido,
hacia el animismo de la sortija rota que
custodia los siglos.
Ivette Mendoza Fajardo
poblado de espíritu complacido, lleno de hojas y mi presencia,
me rinde a la suavidad de la lluvia
y escucho los murmullos del magnolio.
la intensa sensación de reverdecer
al alborozo fresco de la natura.
radiantes de terciopelo, radiantes de vides.
Qué me diría esa nube devorada por el tiempo
si el alma, colmada de luz y azucenas trémulas,
se sumerge en el crepúsculo de todos mis recuerdos.
hacia el animismo de la sortija rota que custodia los siglos.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 12 de agosto de 2025
Moldeo el instante
Moldeo el instante,
como un pulso lento que pule un remolino de
barro,
con la paciencia de fábulas encorvadas,
extraviadas al pie de un hueso de desvelo,
sin más anclaje que el roce de mi mano
imitando su latido en la greda,
donde cada engranaje se adelanta a mi
trazo.
Quizá sea una estatua sagrada,
árida y quebradiza en su relieve,
entre vasijas urgidas en la trama
de una modulación visible,
como cuencos que me miran
ante la extrañeza de sentir
cómo el cauce del recipiente
se extingue en mis dedos, agua blanda.
Tallo la figura pétrea,
sin artificios ni risas,
y en esa disonancia,
sin remedio posible,
las arenas densas se agitan
dibujando, tal vez, un horizonte
hacia el segundo preciso
que interrumpe la fatiga
de un cuerpo que, al fin, pronuncia su voz.
Ivette Mendoza Fajardo
Simplemente un Sacuanjoche
Sólo un sacuanjoche me mira.
Desde el barro, una maraca-picaflor
bendice la mano de un volcán
que me pinta azul una mancha blanca.
Aún sombría, me persigue,
me acecha en una mañana madroñal
y exhala su hálito explosivo.
Pero me consuela, en pasos fugaces,
con pinolillos lacerantes
que recuerdan proezas
de gorros frígidos e inmortales.
Y desde un lago, unas pencas
se mecen en hamacas
con las caras festivas de los polvorones;
abarcan la piedra eterna
donde levanto la choza azul y blanco
de mi destino.
Y he aquí,
tocando la marimba con la ayuda de la luna,
zurciendo el huipil dolido de mi carne
viva,
modulando las torceduras de un cenzontle
que canta, una y otra vez,
en la voluntad de un jocote
que lame mis heridas.
Ivette Mendoza Fajardo
Desde el barro, una maraca-picaflor
bendice la mano de un volcán
que me pinta azul una mancha blanca.
Aún sombría, me persigue,
me acecha en una mañana madroñal
y exhala su hálito explosivo.
Pero me consuela, en pasos fugaces,
con pinolillos lacerantes
que recuerdan proezas
de gorros frígidos e inmortales.
Y desde un lago, unas pencas
se mecen en hamacas
con las caras festivas de los polvorones;
abarcan la piedra eterna
donde levanto la choza azul y blanco
de mi destino.
Y he aquí,
tocando la marimba con la ayuda de la luna,
zurciendo el huipil dolido de mi carne viva,
modulando las torceduras de un cenzontle
que canta, una y otra vez,
en la voluntad de un jocote
que lame mis heridas.
lunes, 11 de agosto de 2025
Vergel de Enamorados
El vergel es un mundo de sollozo enamorado,
un antojo en el mapa de las visiones
de un remanso indefinido de la natura;
tiene la ilusión de ser hermoso,
que navega hacia un infinito delicioso,
donde las flores tienen formas y olores
celestiales.
Impenetrado,
su interior de fruta enloquecida, esa
fuerza
que derrama —detrás de las primaveras—
la cara gozosa de la eternidad,
y se aferra en mí, en el ojo de frescura
sazonada,
donde salgo a caminar por las noches,
junto a tu compañía, esperando la fuente
clara
de tu amor. ¿Y qué nos une?
Las espinas de la vida,
y un vacío que se llena de belleza y
persistencia.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 10 de agosto de 2025
Espada del destino
Etéreo y fascinante,
embarco lo que arremeda avellana,
y soy ave que no loza en destiempo:
mi única garrocha sostiene el viento.
Perdimos su jazmín —yo con su aroma—.
Lavado logotipo en evocación del goce,
por la luz del saber, mis ojos quedan
en este poema que sabe a paladar,
dulce, aún sutil, que se mustia todavía.
La complicidad del sol, crin bermeja, ara
suave,
yo manejo el ómnibus soberano del óvulo
otoñal,
bajo los inmensos paraguas que trepan al
cielo,
y en sus tres cordajes, en el genio giro,
mi vivaz espada juega con sus destinos.
Ivette Mendoza Fajardo
Capucha oscura
Capucha oscura de la noche,
fina tela que abraza el silencio;
mi ser se engarza a la imagen eterna
de su forma:
guárdame en la agonía callada de sus gestos,
a flor de lumbre.
Estaré en el remanso, solitaria,
y en el surco germinaré, firme y lenta;
plantaré un trigo de oro,
curva dorada fiel en estío.
Entonces, en cielos sin dolor,
y en el llanto tierno de la luz,
ya no duermo,
y la marchita espiga quebradiza no renacerá.
Ivette Mendoza Fajardo
sábado, 9 de agosto de 2025
Neón aletargado
Trenzas de desilusiones me embisten,
entrelazan aguas densas sobre el tapete del
sol
del camino que cargo con poros de luna.
Pedal giratorio se alza desde el semáforo
del mundo,
vuelca el neón dormido de mi carne
en su jaqueca incolora.
Golosina que ahoga buches
en la giba que se arquea en mi sentir.
Glóbulo que derrumba la calma,
alza en lo alto un botín oscuro
que me ronda, mordiendo el vivir.
Cráneo apocado que hiere con su choque
pausado
cuando el querer pide reposo y no lo
concedes;
destornillador ciego que raspa el hueso
codicioso,
exprime sal como la pena
de habitar sin candelabro.
Ah, los desniveles desconfiados
que encogen la vida.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 8 de agosto de 2025
La orilla del minuto
Mis ojos, un reloj compartido
vibrando en la orilla del segundo.
En las líneas de un ayer sin agujas
rozamos el cobre sin escudo,
fijos en descifrar un temblor,
mendigando la hogaza prometida.
Y vino, callada y exacta,
la curva final del minutero.
Fuimos chispas cruzando el estío,
metal y escama en compás,
fogata sin suelo
borrando la huella de la llama.
Sembrador de horas latiendo,
dejaste voces en la brasa,
hasta que la ceniza te volvió clamor,
y el clamor, mi oxígeno.
Paletas de savias, de mapas, de umbrales,
de cielo:
saxofón dormido frente a la calle.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 7 de agosto de 2025
El latido interno de la materia
En la plataforma pétrea del abismo
late la médula embrionaria
como el hálito hinchado de la savia
que en la arcilla
sin fervor
fluctúa
dibujando sus raíces sobre el río
Más hondo percibo la urgencia
que quiebra
la terca quietud del vacío
La materia severa se disuelve
en tránsitos
y borrascas errantes
se pliega al aliento que fermenta
su propia silueta esencial
su estudiosa ceguera de lo externo
Sigue vibrando el quiebre
en la senda glacial de su garganta
Un abrigo respira aislado
chisporrotea de gozo entre la tela
florecida
y en la garra más profunda
una brasa invisible
se reconoce
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 6 de agosto de 2025
La Hendidura del Exhalar
Intuyo el umbral inasible del exhalar,
el tul de resplandores mudos en la entraña
del abismo.
Tejo hilos perpetuos desde mi génesis.
Rescato ascuas pretéritas
en cristales y tapias
donde abro hendiduras para avistar el ocaso
y el albor.
En los mausoleos
palpitan lágrimas fulgentes,
sombras calmas sobre la roca
o en el sustrato del juicio,
donde duermo sobre el yermo.
Devuelvo contorno a mi clavícula descosida,
descifro la mueca de mis falanges abismadas
que brindan merced al náufrago que soy,
aserto con cerdas y nudillos.
Poseo la tonalidad,
la fricción nívea y umbría sobre el hilo de agua,
el segundero del hálito,
la cautela del aliento.
Yo replico.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 5 de agosto de 2025
Puente del Ocaso
Puente leve del sonido.
Desde mi epidermis novísima, el viento:
pulso del ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
Abro las lluvias
sobre un tapiz dorado de semillas.
Abro el torrente, y allí germino,
como se expande el hueco en mis pupilas alucinadas,
como despiertan bocas vedadas
cuando la dermis del cosmos reposa en lo
que toco.
¿Fui trino en la frescura?
¿Grito jamás?
Puente leve.
Ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
Quizá la obstinación de las espigas
o mi abundancia celeste en el temblor del
ojo.
Ivette Mendoza Fajardo
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