El Papachayo (Poemas Abstractos)
Poemas Abstractos, Surrealista , Oníricos,Poesías, Poeta Nicaraguense Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz), Nicaragua, Managua América Central, sacuanjoche, Poemas Contemporaneos, Poemas

viernes, 25 de julio de 2025
Anillo de Flauta y Niebla
Atada a las alegrías ambarinas de tu pecho,
La Noche No Me Ofrece Tregua
Con la sonora voluta, pintada de festines,
Agosto se pronuncia
con el descontento de la lluvia. El sol
sube rectamente, abundoso y asertivo.
Afuera, un fuego de meñique va atesorando
sus gurullos entre las almendras
empachadas.
Toda la pálida belleza de la yerba impía
escarmienta en el flujo mustio de su
sinfonía:
su cambiante mugir entre las agujas
victoriosas
de su timidez,
cual índigo agitar sobre el terciopelo de
su torbellino.
Ya nada, por la limosna mutilada de la
fragilidad, se aventura
en esta hora enigmática de cielos
disecados.
Y sus leves ruidos se mantienen, con sus
manos vacías;
abiertos los collares de tintas china,
pasan las proyecciones del heno fresco de
jolgorios
con hipnótico aplomo,
así como ventanas mentales de sus temores:
temen
a los carniceros cristales intempestivos.
La noche es un retornar sobre las
alambradas de placeres,
de vientres esponjosos.
La noche se incorpora a mi enorme
melancolía,
y yo no pido tregua.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 24 de julio de 2025
Torrente de Esencias Intransitivas
Desde el candil persa
se derrama un torrente de esencias
sobre el bosque secular.
El esqueleto intransitivo
de las manoplas salvajes
duerme en la noche,
que huele a espuma y catarata.
Remonto, febril,
las mesetas rasgadas por la sed,
tiritando en la ceniza santa
de un azul inexplicable.
En pugnas diminutas
oscilan las caricias ciegas,
memorias eternas
bajo un relámpago absoluto.
Todo me sabe a dolor:
la congoja en el filo de agua nueva,
la cascada de hielos ardientes,
la riqueza de esta flor ensangrentada
y sus páginas vacías.
Todo me sabe a dolor
en este paisaje minúsculo
que tapa el vacío
de mi asombro.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 23 de julio de 2025
Yo fui mi propia soledad
Me recuesto en la espesura del consuelo.
Aquí, el alma —sin angustia ni anhelo— se
cautiva.
Mientras sé que he de hallar espinos en el
monte,
y yo, aun así, escucho otra voz:
sentencias diminutas en la almohada,
vacilaciones hundidas, como bocas muertas.
Cantan las aves de París presagios
extraños,
y mi dolor, en secretos rumores,
se cobija en la lluvia que toca
lo que fui:
la cáscara mortal de lo inclemente,
el reflejo inefable de un deseo sin grafía.
Selladas mis heridas,
me extiendo, creyendo en las promesas
de tu brío —tan blanco como un espectro—,
que llevaba, como un cetro, pulsando en el
cristal
los ropajes dormidos de los antepasados.
¿Es el llanto del pájaro cautivo,
o el gris que escapaba de mi garganta, sin
miedo?
Yo fui mi propia soledad para ser fuerte.
Lo sabía, aunque nadie me lo dijo.
Y el cielo miró arder desde su abismo
cuando tu presencia abarcó el universo.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 20 de julio de 2025
El ocaso y la quimera
Ya la noche desciende, vivida bajo su
brújula sagrada,
se transfigura en humo; le llueve un ritmo
de paz.
Ronco, el silencio bruñe su lóbrego
esplendor,
y la neblina me arrebata el rostro de mi
quimera nocturna.
El viento del hombre —tenebroso y ritual—
se arrastra atado a mis brazos,
como buscando, en mí, la huella
de algo que aún late en la sombra.
Una angustia amoratada se desnuda hasta mis
ojos:
un ocaso sostiene su equilibrio
sobre el filo de la miseria suspendida.
Bajo ramas de penumbra,
mi error se abriga y flagela la palestra
donde bullen lenguas de fuego y culpa.
El denuedo finge su sueño:
batalla el otoño con dulzuras que perforan
lo inmóvil.
Y crece, insomne, la ascua que palpita en
mi semblante.
Esa ascua… ¿acaso no soy yo?
Ivette Mendoza Fajardo
Universos púrpuras en nubarrón de
verdades
Universos púrpuras se pueblan de mis sueños:
veo golondrinas volver al otoño de mi vida,
sus nidos velan sonrisas agrietadas por el
fuego,
y me mece ese fulgor sol‑luna, niña de mi aurora.
La fábula de un ojo tupido de arrebol
apacigua dudas repitiendo pálidos signos de
dolor;
mi imaginación es Dulcinea que alza la
mirada,
impulsa el mundo y hace lenta la espera del
clamor.
Entre reflejos que derraman la tintura de
la medianoche,
adormezco mi asombro con ofrendas de
recuerdo;
una melodía crepita en el murmullo: sé que
algo pervive.
El deseo renace en un nubarrón de verdades,
música inoxidable que estalla en cada
aliento,
y contemplo prosopopeyas desplumadas
alzando el vuelo.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 18 de julio de 2025
Raíz del trueno
Barquichuelos de ébanos y quebranto,
polvo de astro inmóvil, luz sagrada.
Sal en diamante, risa que ilumina,
espíritu en rubores de albor que estremece.
Víctima del milagro que oscila y muere,
manchas de eternidad, espejismos ardientes,
bolsillo espacial, sarna divina
que zapatea, orgánica e inmortal.
Descanso en los aleros de mi alma.
Piedra que fluye con palpitación de verso,
pedrusco de sonidos, memoria de almíbar.
Acuden al conjuro de alas frágiles.
Mares de aceros, oleajes de sueños,
fundidos en brumas de látigos ciegos.
Tardes de grana con hilos de voces
que surcan el fango: retienen
el manantial de mi corazón,
colando el dolor y el fuego.
El silencio desborda su imagen:
con mi néctar: raíz del trueno.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 17 de julio de 2025
Patronato de los Números Pálidos
Hablan de mi aritmética en las tramoyas del
patronato,
con tules crepusculares y mentes afiladas;
cigarro pueril que el viento atesora
torpemente.
Lunas se aventuran en la comedia de este
poema.
Reinos rectos de cifras vitales
se tornan oblicuos, desiguales,
con voces oscuras que encienden
un socorro ceremonial en el hervidero del
bochorno.
Y el resto: un sol en caos humillado,
ungido por un cobre mate y tenue,
que depura lo que soy desde adentro.
El arte se alza en un horizonte de números
pálidos,
fuerza de dioses geómetras
que usan la matemática
para contar historias arteriales.
Mis pasos envejecen, apretando su
necesidad;
arrepentidos, bajo el cohete de la
indiferencia,
queman su ropa con granos
de azulejos despavoridos, serenos,
sonrientes.
Recuerdos enzurronados del pensamiento,
soplados, pierden sentido en la apuesta;
y se disuelven entre espigas estrafalarias
de mis amores imposibles.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 16 de julio de 2025
Espejos fugitivos del sol virgen
Arquitectura de luces celestiales,
que reta a la luna amarga por mi dulce
arrullo.
Rueca etérea, perdido y opilado este
presente
en banderola villana del barranco y su
avestruz.
Zagales soy de la ventura, desde el mundo
que voy dejando por las llanuras ciegas de
palabras
peregrinas, perdidas, que consumen mi
conciencia.
Compás de delfines amadores lleva hilos,
monedas y harapos atados a los suburbios de
mi mente.
Reino de fondo milagroso:
primogénita se aquieta bajo las alas de mi
soledad,
para cruzar los días tutelares colgados al
infinito.
¿No son estas tormentas del sueño
las que se alzan en mi júbilo como enigmas
en la espesura?
Una línea de sol virgen se aloca en la
sombra fugitiva
de los espejos, para exonerar con plata su
obesidad
y hermanarme a sus alboradas.
Sístole de los milenios fieros del átomo,
comienza su futuro de camposantos,
para resucitar la edad trigal en la
estatura del crepúsculo.
Porque esta noche —sí—
está salpicada de huesos de lluvia y
estrellas.
Ivette Mendoza Fajardo
Crucero de piedra sol
Crucero encallado de mi piedra sol, como
paralelos del egoísmo, sin ninguna fortuna,
rebotan en una membrana resignada.
Por mis sienes, sangre de escalofríos
mansos.
Hidalgo de radiante flama, solo nácar
en rotativa luz.
Corazón que guía una filosofía blanda
cuando una lluvia uniforme llora sobre el
río
de un gozo persa.
Soy querencia de los cielos,
de reinos vegetales.
Me hiere la oscuridad como una mirada
que se desprende, baila, cae en caída
libre.
Cantizal picado, campechano, en espejos
fatídicos.
Y este agradecido poncho se estruja en su
anchura.
Torre de sanguazas torpes: la encepan
hacia la esquina de la alegría.
Y es mía, musgosa, cerrada
en sueños dorados de virtud trimestral.
Largas cortezas de angustia
doman el fuego hacia el pan plateado de los
días.
Coágulos de basalto preguntan sin
respuestas.
Soy su forma. Y su cruz.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 11 de julio de 2025
Lluvia Ácida Sobre el Recuerdo
El recuerdo sopla en mi ataúd de lluvia
ácida,
gotea con fulgor lo que nace, y no se
olvida.
Rutas líquidas en mi memoria, epidermis del
viento,
zancos burbujeantes donde el tiempo se
desliza lento.
El recuerdo vibra —eléctrico— en mi agua
encarnada,
anida en el arpegio imantado de mi alma
sellada.
Es un gozo terrenal, taciturno, que suspira
desde el tragaluz eterno de mi piadosa
pira.
Cuando ato mi vientre al vacío, todo se
contiene,
reverberan cerrojos en el lino que me
sostiene,
y mis cinceles de anilina laten, presencias
y viaje,
formas tenues que dibujan paisajes sin lenguaje.
Cuando se excita mi mentón azulino, regresa
el olvido:
las congojas se piensan con rocíos sin
ruido,
y los oleajes recuerdan mis plumas ya
sumergidas,
fuentes que se disuelven, intactas, pero
perdidas.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 10 de julio de 2025
El Fuego Magro de la Permanencia
Juntos arañábamos el fuego magro
de la permanencia, donde lívidos
paisajes —en brasas de dulzura— se
sienten,
y en la fuente del tacto tiritan con tu
emoción.
Las chispas andan en puntilla; se
creen
desnudas, dispuestas a entregarse
a tu ternura en fresas estremecidas.
Aunque la noche, allá a lo lejos, no
palpita
sus abanicos de brillo, en tus ojos
persisten.
¡Oh voluntad divina! Mundos que dejo,
fraternas rosas de la seda, vestidas de
nubes,
fueron el arte y las melodías fieles
que cosecharon pentagramas y renombres
en el soñar de la esmeralda figurada.
La medida fue esa rosa que, al unir, no
hiere...
Y qué angustia sentirá lo que allí
subsista:
tal vez el costado de la madrugada extensa.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 9 de julio de 2025
La Ruta Imprecisa
Desde lo alto contemplo. La mirada se agudiza
sobre arcos leves, faros que se adelgazan,
por llanos extendidos, donde los árboles
abrazan
la humedad del terreno que en silencio eterniza.
El río va trazando su ruta imprecisa,
atraviesa trigales, limonarios que se
enlazan,
y las orillas, verdes, musgosas, se abrazan
a la quietud del día que en mi corazón vuelve,
sumisa.
Vergeles que resplandecen con tonos
diferentes,
la tierra da su rostro sin pedir
recompensa,
y al final de la tarde, sin fuerza y sin
urgencia,
el mundo recibe lo que piensa.
Una corona de laureles baja a mi pecho
abierto:
son penachos silenciosos, sin fuego ni dulzores,
y el sol, al despedirse, sólo alumbra el
desierto.
Ivette Mendoza Fajardo
Alquimia del olvido
Yo, ser de soles, camino tras lo inédito,
tras el asombro,
aromas de incienso cruzan vientos de
ensueño,
melancolías de albores estrellados, sombras
que nombro,
donde en el gozo la luna-amapola arde en
incendio pequeño.
Una alquimia silente me toca,
soledad que abraza un horizonte ciego,
besos dolientes se disuelven en tiempo y
colores,
caricias de miel y acero, temblando en
temores.
Melenas de fronda y fuego me encierran,
mi descontento es oro opaco,
brocados vibran con un pulso incierto,
flores y vida que quedan quietas, sin
arrebato.
Y el miedo —punzante, latente, velado—,
abraza escombros, une olvidos y llantos
callados.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 8 de julio de 2025
Elegía de plumas cristalinas
Como un ave de voluntad soberana,
que, tras ardua derrota, se eleva osada
sobre la aldea desvelada, indiferente a su
ruina,
solo para arrebatarle al mezquino cielo
la jaula donde extravió su dominio...
Así, tu alborada —con ímpetu tardío—
sacudió mi aspiración más noble:
la de pensar en otra cosa, lejos de mí.
La bruma en su letargo, como plegaria
nueva,
se deslizó valiente sobre mis pies
hasta alcanzar
la distancia que aún huele
a lo que nunca supe retener.
Un resplandor escondido me devolvió aquel
instante
que el destino había dejado en pausa,
reclamando al sol su derecho a ser.
Y entonces vino otra aurora.
Una que iluminó mi paz
con la precisión de una conquista.
El dolor, gris y disperso, huyó.
Y yo, acechando aún con plumas cristalinas,
recibí, por fin, el abrazo ilustre
de una elegía que me ama
como si yo fuese su hermana fiel.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 7 de julio de 2025
Alba navegable de mi epitafio
Risible azul, reacia forma en que miro
o finjo el instante: recuerdo que me brota,
arduo,
como el grito glorioso, ya mortecino; mi
mano cansada
es dueña del dolor frente al dolor de un
espacio soleado.
Oscurecido zócalo, en cuya boca estival
fui cenáculo de aves adolescentes, y en
placeres
vengativos, besé el fondo atirantado de mis
propios sueños,
rajando el semblante menguado de mi
sonrisa.
La inocencia, maleada en el aire que
respiro,
resbalaba, jubilosa, como pudo, de cabeza,
cuando yo la miraba,
para no ser el alba navegable de mi
epitafio.
Y se me consumió la nostalgia, también la
inquietud,
al probar la codicia de una oruga de
niebla: y qué más,
yo tenía que sostener la muralla del
mundo...
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 6 de julio de 2025
El espectro rojo del martirio
Encenderá el espectro rojo del martirio que
condesa mis tormentos.
Sobre la noche, atisba mis flores de
concreto —por las cosas grandiosas
que en blanco yacen, prisioneras—.
Este pánico de lava busca descender en mí,
hasta sus nieblas fabulosas.
Los jades elementales del aullido, con sus
otoños de barro y sonidos
cósmicos, labrarán tus suspiros en cada
acontecimiento ufano y legendario,
habitando esos trigales entre la aureolada
silueta de este amor
y el turbio dolor de garras estrepitosas.
Ondularemos el sol clareado de esta tierra,
de gemido maternal, en cada vuelo de un ave
de trino magistral.
La mirada vagabunda de augustos días, de
cada amanecer,
se absuelve en los intervalos del abandono,
sobre su perfumada sepultura.
La noche del valor, en la elegancia del
gesto, detendrá su latir,
examinando tus besos que se acumulan en mis
labios al azar.
Una gota de cicuta derramada en una aurora
golosa de la materia ilusa
no ha muerto: ¡vibra en mí!
perdura en los caminos que ha marcado el
otoño,
con mis cicatrices que llevo de yerbas y
tristezas.
Contemplo, bajo los cascabeles que sudan
inquietudes
con el vertical pulso de tu aliento,
y los precipicios allanados que salen de
tus poros contraídos.
Edifica la labranza de sus lenguas sobre tu
corazón con su escarpín,
para caminar por las avenidas donde son tus
ojos las últimas horas
que se mecen y nutren en el anochecer de
esta poesía.
Ivette Mendoza Fajardo
sábado, 5 de julio de 2025
Corazonada de los siglos
Porque los sueños celados con poder divino
son las voces de los siglos, en una
corazonada de recuerdos;
un camino donde intuyo un fin, un grito
eufórico
y sin dolor,
que a veces una ninfa —libélula solitaria—
también llora, mordiendo amores verdes de
visiones y recuerdos.
Desde ese embrión sagaz donde se mide la
hendidura de la palabra,
la forma pura, como cápsula, suena: la
campana al pasar por un gesto leve,
donde dulces labios y alumbramientos se
contraen, sin certeza alguna,
mientras la antigua rama de la oscuridad se
incinera en frágiles equilibrios.
Hubo, entonces, una mano singular hecha de
inviernos,
para que pintaran, con su emoción, la
cabellera gris del aventurado miedo.
Mientras, la mañana imperiosa, coronada, de
ilusión se quiebra
gélida, en mi soledad.
Vuelvo por su empeño
y nazco en el presentimiento de la arcilla,
con la delicia jubilosa de una mirada
estática
en el quebranto del talento.
Junto a auroras luminosas
y a los jazmines del tormento que bostezan
por las fraguas de la eternidad,
regresaremos al cansancio que invoca un
largo caminar,
por aquellas calles deshojadas por el
tiempo.
¡Tributo del destino, o lágrima apetecida
sin frutos… rememoran!
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 4 de julio de 2025
Costilla insumisa
Un mazo de bronce golpea el esfuerzo
del crisol, en mi alma; sacude el yugo que
hiere la unidad
de entidades fugaces, nacidas en lechos de
humo
invisible, abiertos por las pausas de la
eternidad.
La intangible extensión de la escarcha
—donde
se agolpan siluetas porosas de antiguos
miedos— desgrana
mi infancia, detenida en su propio
deshielo a contrapelo, en pasos
precipitados.
Abiertas a todo eje, desde mi costilla más
insumisa,
se purifican sus codos en los tintineos del
alba, colmados
de ceniza dominical.
Y en su lodosa lámina de anhelo latente,
revierte a hielo mi frente gélida, vestida
de soles recelosos,
y trepa hasta la cumbre opaca de un sueño sin aliento.
Todo desciende en un solo brinco con piedad
natural,
con la curva sintiente de una luz pura,
adormecida por el olvido.
O mejor: el lastre arrastra mi lloro de
azogue,
condensando el vacío, más vivo que el
fuego.
Mientras, en su instante renovado de
penumbras
que retrocedieron hasta tocar la nada,
es allí donde mi sonrisa moldea el llanto
de la tierra.
Presagio nuevas zonas de pampa y cielos de
promesas,
por abismos inconmensurables,
bordados con razones tajantes que disuelven
mi ser en la tristeza, esa que se enrumba
hacia el albor.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 3 de julio de 2025
La mano no perpetuada
No perpetuaré la mano de tu miedo,
aunque el recuerdo, florecido en mi sangre,
reviente como burbuja en la memoria: arpa
desnuda.
No hay orilla prófuga donde entregarme,
exhausta, en una efigie
herniada, ni fingir que puedo
detener el tiempo sin dibujar el corazón
fatigado
de mi carne, abierto como un fruto que
sangra
en los relámpagos de tu campanario errante,
sin lucha ni salida.
Derrocharé, frente a ti, los colores de la
razón,
en medio de los ejes del mundo—unos labios que no han mentido—
mientras se abren, ante ti, mis horizontes.
No te guardará el pulir de los cielos
ni el cálculo de sus navíos,
grabados en rocío, de una vez y para
siempre.
Porque soy
un torbellino en desolación, un trueno
espumoso de nostalgia
en estado puro, un árbol en tu simiente que
engendra canciones
de amor.
O quizás: la ola universal en surcos de
violines risueños,
dentro de mis lunas femeninas.
¡La vida no ha muerto! Recoge sus hebras de
crisantemos.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 30 de junio de 2025
El polen de la saciedad
Raras son las diagonales que conversan,
las que acaban resignadas con los hombros
caídos,
jadeando casi a diario con prisa contenida,
adormecidas como cuerpos en el polen de la
saciedad,
donde la blancura jamás se desconoce.
Se enredan en los flecos de mi mente
como vítores que nos aplauden en el vacío,
como quien se cae al ulular de un bálsamo
que llega por las fisuras de mis poros,
sin el fulgor naranja de ningún atardecer.
Es mi geometría, al centro, la que insiste:
toda ella, en el brillo
de tus bravuras eternas,
dibujan diagonales en el mapa de los dedos,
apaciguan el diluvio de imágenes y
recuerdos.
Hallan su trinchera en el álgebra,
su gorro frígido bajo un Tótem de silencio.
En cada una hay un inicio escondido,
una grafía que hiberna
que no se rinde al deshielo floreado del tiempo.
De nuestras imposibilidades brota
la telaraña huérfana,
y teje formas nuevas
en el andamiaje de mis sueños más bruscos.
Ivette Mendoza Fajardo
©
ISBN 978-1-0696149-0-2.
sábado, 28 de junio de 2025
Me Requiebro en tu Olvido
Y ahora, en ulcerados fragmentos de
desahogo latentes
y decrepitación fantasmal, vuelvo a
recordarte en el
quizás del instante.
Siembro la nostalgia en maletas inasibles
con visiones embriagadas de un no para
siempre,
persiguiendo acertijos de escritorios
sangrantes,
como botellas llagadas en el humo dantesco
de arrecifes que desembocan, alineados
todos juntos.
Están en desmemoria los que abren los ojos
a la boina
del silencio,
sin notar que el oído va revestido de lunas
legendarias,
titubean en grifos de metales anónimos y
resentidos.
¿Y quiénes se aferran en esa larga espera
del momento?
Crece una cuerda de barro en mi asfixia de
malos amores,
una voz atrincherada que tambalea al verse
reflejada
en su propio ocaso.
Mientras caminamos sobre los frutos
sagrados del taburete,
intento hallar el cajón donde se guarda lo
que tú piensas,
en las horas que, a veces, ya no son las
mismas.
Desde el ornamento del mamut que aguijonea
una distancia,
rumbo a su desgracia interna, me requiebro
en tu olvido sin fin.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 27 de junio de 2025
La sintaxis del relámpago
Habrá de ser el vértigo de la distancia
infantil
que recuerda el anonimato en el espejismo
ambiguo.
Cada lluvia de senos tiene su festejo
y modifica al ordenador con sus múltiples
arrugas.
Cada relámpago vierte su sintaxis de amor;
una mirada con zapatos rotos crepita en
la trampa que se corona reina en el vacío,
sin incendiar aromas de oídos ermitaños.
A veces, el parlante se asfixia por las
calles.
Serán abandonos prestados que mueren de
repente
en el cementerio del útero, bajo la lápida
del pecado
virginal;
de ese confuso ideal que lo heló en sus
clavículas,
al que cuelga mundos en el borde del
peligro
y del tiempo que sopesa la nariz de las
balanzas.
Hoy, moratones de viento telequinéticos
y constelación de mi boca,
que se escapa al brindis de un vaso de
leche,
se refugian en consignas y telones
que se alzan en utopías cifradas por los
siglos.
Son artificios de muebles carcomidos,
libretas de lumbres del relieve,
alarmas desmesuradas en ruina.
¡Flema del ojo en la burguesía alada!
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 26 de junio de 2025
Roca Aborrascada en Demasía
Vacío estuche desvalido de flechas y
vides:
repiquetea una débil alhaja que guarda
las nubes que levanto —hermosas, tétricas
máscaras—
y turbios figurines del secreto ahora.
Antes del Heráclito silencio y la
pausa
de la serranía inminente;
robot de sangre fría va sobre lo agreste
del amor inacabado,
y al final de su
soledad sostiene la errancia que
arrastro
leve en la pálida ribera de su ruidosa
encrucijada;
veleros denegridos de la tarde sin mácula,
de aire en voz,
que suenan en las campanas de un dios
dormido
sin tiempo ni resonancia.
Sensato dolor calizo apostado sobre tallos
secos,
en cuestión de suerte, me ha dejado júbilos
tardíos
que a veces revivo en los lares
violetas
tras los recodos de la memoria en su desvelo
de antaño.
Las flores más fugitivas, redentoras,
madres del pasado,
se deshacen entre mis manos,
y de su halago emerge la roca
aborrascada,
como mil ballestas tensadas hacia los
bordes del mundo,
que cargo entre las bondades de mis dedos
claros y sin rodeos.
Ivette Mendoza Fajardo
En la Cobija del Alma
Al cielo, la oreja remediable pide
protección
de luna madrugada, como helechos
de mis latidos encallados.
Presiento también brisas de ocasos fijos,
con la claridad de lenguas de corales,
y sus costados funestos, golpe fiero.
Musita cárdeno el tiempo, cuyo ojo
gira sobre el sol, imitando un sueño
agobiado
ante el rostro de una sangre enloquecida
que, ciega, me abandona tras relatar
historias de placeres entre noches
de estrellas argentadas.
Y en mis contornos, la planta afanosa,
milagrosa, reposa sobre mis jornadas
exhaustas,
como si yo misma fuera tierra donde sueña.
Allí, en los cristales ahumados, veo su
perfil rojo,
y sobre el polvo, la cobija del alma
fatigada:
el reflejo último de mi sosiego,
que avanza, sin rumbo,
por sendas que nadie ha logrado destruirme
a estas alturas, es como el viento, suave.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 25 de junio de 2025
El Plumaje Inanimado
Hay dichos que chocan en la entelequia
mudable
de mi soledad piadosa.
Mi corazón revela la estatua del plumaje
inanimado
y hay manchas dentro de mí, indulgentes que
llueven en el barro
y la luz esclava, donde engloba el humo los
segundos
fieles cavando catacumbas.
Busca día a día el pensamiento intocable de
mi
desesperación; mientras la nube en su
movimiento
de espejo nocturno salta a calmar su sed.
Hay detalles que cantan villancicos y su
objetivo final
es para salvar un abrazo honesto que dura más
que
la eternidad del sol hasta devolver la viga
en la paja ajena.
Hay de todo y para cada uno y todo se
liquida, se vaporiza,
se diluye como el agua dentro de su
libertad de pez.
Los que me buscan dominan mis vocablos, en
toda
dirección, luchan en mis labios y en mis
sienes me aseguran
un kilómetro de calma honda con lentes
adoloridos.
¡Ah, paredes de clemencia, en la tierra de
mi desilusión!
Pasa la noche reconciliándose con mis
guantes saltarines,
pasa contando chistes desde su salto
mortal y su risa de plata.
Ivette Mendoza Fajardo
Huipil de la Certeza
Yo no reverencio al día que busca un diente
de leche, lozano y leve,
ni al cálculo callado de pupilas que
charlan con el gentío, abatido
ni a relojes que chillan en la almohada,
como una seña torcida,
ni a sábanas vencidas por la costumbre en
su plácida nostalgia.
Ahora me envuelvo en el carbono cautivo de
la penumbra,
sin girar las melodías, ni disolver
consuelos en nuestra lengua.
Desde este mundo deshecho, el canto intacto
de mi entraña hambrienta
reclama algo más para la lágrima postrera
que vierte despedidas,
para los que jamás cesan su clamor,
para aquello que lo imposible aún retiene.
No decimos nada.
Ya no hay enaguas, ni huipiles, ni certeza
alguna,
solo nosotros: detenidos, envueltos en el
manto de la danza.
Rebusco por fin una caricia partida, y me
cruzo —fugaz, rumorosa—
conmigo, en el balbuceo de besos que aún
sollozan,
antes de ser arrastrada a ese nunca y esa
nada,
donde la miel y la hiel se mastican sin
tregua.
Me abandono al fin al cese. Me doblego.
Me devora lo ansioso.
Y floto en el remolino: la noche,
adolescente y dolida, es mía.
Sin tierra. Para siempre.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 24 de junio de 2025
El Declive del Tiempo
Estoy completamente en mí, hacia la
medianoche,
con cada testimonio que resguardo
bajo la saliva embriagante del sigilo.
Mi aliento secreto hace crujir los muros,
con realidad
pasional, donde gime la distancia como si
respirara mi ausencia.
Cada superficie se deforma, cada vértice
huye de esta mirada mía,
henchida de acontecimientos en su visión
crepuscular. Hoy es
demasiado breve para alcanzar el declive
del tiempo,
como un letargo sin tregua que ya no
soporta más.
Me pregunta una esfera que habla con
pasión,
sembrada de veranos sobre aguas tersas,
pero idéntica a sí misma.
La selva que vibra sobre luna quieta es
translúcida,
con colores reanimados que duermen en la
razón eterna,
y yo la atravieso en su punto cero de lo
infinito.
Mis ojos contienen desalientos corvos, en las
horas neutras,
incómodas, hundidas,
y el cuerpo se erosiona en su murmullo.
La estancia entera llora mis abismos, mi
cielo se agrieta,
mi tiempo no cabe, mi sueño se parte,
y el silencio, inútil como grito,
se aferra a un número inicial tan próximo a
la ciega perfección.
Ivette Mendoza Fajardo
La desmemoria de los bardos
Contemplé la expiración del día dentro de mí,
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Persistes; la desmemoria en bardos trovadores aún no carcome.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
¿Fue mi aislamiento un acto de encanto tan transitorio?
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
Alcé la voz contra el paso inclemente:
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
Creí ver tu mirada en lo opaco de la noche, de murmurante
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.
Ivette Mendoza Fajardo
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.
lunes, 23 de junio de 2025
Bruma con manos de acero
Más allá del mundo como si empujando una
verja,
fluye un canal cargado de dientes blancos
en noches
de arpas temblorosas.
He aprendido que el cuerpo estalla en
palabras,
resbala entre aguas yertas, se achica, se
hincha,
y se vuelve todo a un sueño más frágil que
cualquier cosa—
más que el escándalo de una razón
enloquecida,
como si fuera hiel diluida.
Intento enfocarme, y la luna me repta como
bruma
que dormita en su marcha, pero el sitio que
alguna
vez ocupó está hueco, con sus manos de
acero
ocultas entre gestos inocentes,
mientras que el rincón contiguo al ardor
del verano
se desborda con miles de maromas en los
bordes,
y la corriente arrastra sin tregua al
insecto silente.
Miro fijamente la agonía y la salvación, de
un pedazo
de pan que intenta retenerme con su deleite
tibio,
y descubro que no son más que infinitas
lentejuelas
que vibran en los chorros de agua y siguen
fulgiendo,
aunque el torbellino de mi duda cansada ya
no esté allí.
Ivette Mendoza Fajardo