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viernes, 24 de octubre de 2025

Rincón secreto

Entre las avenidas de susurros verdes,
brindé por el instante, rocío de perla,
por la chispa que aún desborda en el tragaluz
de un silencio sin esfuerzo,
por el roce que tocó los labios
y los volvió sombra,
en la tibieza de corazones gloriosos.
 
Guardé tu mirada todo el año,
montada en los sueños, jinete de luz,
tan mía como esta hora
en que nombro tu eternidad sobre mi pecho.
 
Te recorro entera, entre líquenes de flores pequeñas,
en cada ciudad que inventamos,
en el aire quieto,
en cada ladera mojada de tu voz,
en cada letra donde el cántico nos recuerda.
 
Por ti, y contigo, amor,
en la fiebre tierna de tus manos,
en el temblor del lugar donde el mundo se abre,
celebro que existes:
relámpago, origen, rincón secreto.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Aurora de lapislázuli
 
Vidrio o hierro abriendo la noche.
Lumbre o fiebre de lapislázuli
cruje en auroras de afinidades risueñas.
Susurros en caricias, cometa celeste.
Chispas en la grieta del sol.
 
Los nácares nocturnos recobran su aliento
de fulgor inocentes,
mientras despiertan en ellos
los ruegos y las horas de pompas errantes.
 
En el borde del cielo, dulzura de pudor
en la burbuja perpetua del fuego.
Reposos de niños en brisas breves
bajo miradas del firmamento.
Las orillas guardan la flor tibia de tus huellas.
Se pronuncia la mansa marea.
Se trazan los rostros, anclados en gozo.
 
Una nada con ademán dentro de la sustancia
del amor.
Registros de días de cuerpos amantes:
se disuelve el instinto entre pausas de viento.
Los comienzos rozan las cumbres de la magia.
La meditación del mundo
es un acto secreto en lienzos flotantes, donde
la vida con ingenio la busca.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 23 de octubre de 2025

Eternidad del guardabarranco

Van reconfortando los graznidos
melodiosos del guardabarranco en su lejanía;
es sólo una sabiduría del vuelo recién abierto,
de un trazo hermoso
que, en su existencia,
se aterciopela taciturno.
 
Mariposea siempre en la senda del amanecer,
cabalga en una nota musical
donde ha sido revivificado;
como aquel que encuentra una
sinfonía de madroños y flores azules y blancas,
desenreda la sombra, tanteando
sus retumbos que dan contra el viento.
 
¿Qué se puede hacer hoy y escuchar?
Repasa el alma su espejo gastado,
y queda tenue su canto delator.
 
Enarbola un júbilo de plumas y costumbres,
que, a deducir, queda;
la clara juventud
de su garganta vibrante bajo el dariano sol.
Ivette Mendoza Fajardo




miércoles, 22 de octubre de 2025

Anoxia del quemador

la anoxia del quemador
trueca su silencio en parpadeo.
 
un relámpago digerible
—breve, luminoso—
 
asciende la savia pasteurizada
contra el encanecimiento del metal.
el agua pulsa
bajo su cola de fuego enarbolado.
 
de la pulpa nace
un cuero anónimo.
 
la cafetera interroga
su propio hervor.
El batidor responde
con un latido de sombra, campanil.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 21 de octubre de 2025

Lata radiante de betún

Tocar tu mano solitaria, atormentada
hace que el júbilo abandone su caja de huesos.
 
Tu lata de betún radiante respira
y despliega sus pedazos de trapos
como mantos de polvo incandescente.
 
Cada trazo de tinta que dejas
es un zapato trasmutado donde beben,
donde un nombre ahora ahonda reflexión
dentro del brillo.
 
La sangre se arrodilla desgarrando su grito
—color portátil de carne y alarma—
abrillantando el vacío de los séptimos cielos.
Ivette Mendoza Fajardo



Escaleras del sueño

Tú estás en las escaleras del insomnio.
El letrero decide la culpa.
Subes al temblor de la fábrica
donde la sangre opera tu nombre.
 
Sabes lo que pesa un bote de basura
en el flagelo.
Una encía quebrada,
tu mudez de ladrillo junto a la piel.
 
Conduces el remordimiento
por un cuarto de niebla
marcando su peso en las baldosas.
Arañas de naranja giran
en el azul eléctrico del mar.
 
Flecha de mármol,
mi sombra se astilla.
Ante un clavel doliente,
mi cadencia —mansa— me crece en los huesos.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 20 de octubre de 2025

La sabiduría de las ruinas

Posiblemente hay blandura de música y de olvido,
Alfonso,
en un recuerdo que es piedra en mis mejillas;
y en la tormenta del sueño, mi historia se enreda.
 
Tal vez. La sabiduría de las ruinas
se apoya a veces en mi rostro
y oscurece entre los cabellos de la sombra,
para volver lo amanecido a la vena cruda
donde el rojoazulado de la sangre abre su compuerta.
 
El muro de yerbas me responde:
la niebla —iliterata y antigua—
llega confundida a la desembocadura,
confortada por los musgos de mi mano izquierda,
con mi mano derecha, camino por los telares
de mi soledad.
 
Su valija del desatino era vagabunda;
pero su medalla, fragmentada en cuerpo,
se alargaba al apetito muscular
de la espesura.
 
Amor, hoy es octubre, el rojo de las hojas,
sombrío desde tu silencio, que solo busca
descender a nuestros pasos, más tarde no sé.
Ivette Mendoza Fajardo



Secretos son los espaguetis de la vida

Secretos son los espaguetis de la vida:
me enredo en su humo tibio, como un
halito de seda,
miro girar el mundo, olla que hierve
toda mi rutina.
 
En el plato humea mi paciencia,
mis días más grises arden con sal,
la brisa vana me torea
mientras subo la escalera del apetito.
 
Soy una albarda de cosas,
mula que arrastra virtudes cansadas;
mi instinto social se encabrita
frente a la puerta de lo que fui.
 
Sobre mi mesa indago la bestia interna:
bebe del agua, resuella en la espuma,
mi voz —una bocina llagada—
sopla en su vapor lo que todavía queda
mirando volar una tarabilla que pasa
germinando mis mares, nada más.
Ivette Mendoza Fajardo
 
El Muñeco en su Sombra
 
Cuando los abismos del recreo nos quitan la voz,
ese vapor donde el alma respira y enciende,
todo lo vivo se apaga —el cuerpo calla—.
 
Oh silencio, ¿cómo ser raíz en tu marea
y sembrar palabras en la claridad nueva?
¿cómo dejar que la luz nos devuelva,
a que roce los bordes más simples del día
y abra el sacuanjoche dormido de la mente,
ese que florece sin motivo ni mandato?
 
La voz —su materia— también muda,
y en los huertos del alma crece la maleza
que cierra la puerta de la espera.
 
Pero, como el muñeco, Paco, de mi infancia en su sombra,
yo miro caer los muros, los del sosiego,
sin rendirme a sus ojos azules de fuego.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 19 de octubre de 2025

Acordeón del amanecer

Domingo, soy el acordeón sobre las piernas del sol,
me acerco y arrebato su chaleco de flores;
soy ceniza contenta, más que el sueño,
harina estupefacta en el aceite
que cae en nieve —bolsa de avellanas—.
 
Camino puentes de bordes insepultos,
como un canario que canta en la capilla,
de banca en banca, con una cruz en el pecho.
.
 
Mi tiempo se colma de sotanas, panderetas y canciones;
desde el campanario miro el césped,
mi calabaza de fe no termina en ilusión,
sino dentro de la corteza de mi cráneo.
 
Soy camarón que no se deja llevar por la corriente,
escucho desde la colina del reposo
el cordón defensivo que hila la cebolla en su llanto;
y mientras el sol brota ajo sosegado
desde la yerba que me refleja entera,
mi huipil de aliento, y mi café caliente
en medio de la multitud sonríen inmortales.
Ivette Mendoza Fajardo



Branquias de soledad

Yo no tengo cucharas de ayes inútiles
muriendo en mi dórica soledad.
Soy botella sin sensación;
sin hemorragias para el impulso.
 
Sin ton ni son —soy lava, juramento—,
sólo un juego perspicaz de palabras.
 
Muerdo aljibes inexpertos
en mi ochocentava ocurrencia ovalada.
 
Sueño bellotas y colchones:
¿cuánta más cobija, más bella lagrimeada?
Sueño bellotas, colchones de lujo negligente,
cuanto más mi hombro lloroso se aleja.
 
Soy muerte roja que ya no gira en azul.
Mis branquias se fortalecen.
Soy parnaso del cielo
bajo un costado olvidado.
 
Subo diminuta hasta el estío.
Hasta tocar una sola cuerda
en mi angustiada caverna.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 18 de octubre de 2025

Yo, reloj de hollín

Me repienso en mi calendario,
entre los collares gastados de mi vida.
 
Siento al tiempo, con su garganta enferma,
agitar mi batuta dormida.
 
Mi reloj digital se eclipsa:
marca mi fiebre,
sincroniza mi muerte con su signo.
 
Lento,
mi cuerpo caduca
en la nariz del sol.
 
Pende mi cronómetro
de un cielo de vapor férrico.
Cada instante me factura niebla
sobre mi línea mendigante.
 
Mi tic-tac profetiza mi rendición.
Y mientras todo se desvanece,
mi reloj de arena vierte su otra forma:
yo, en mis otros yoes.
Poema # 2-Cuerpo epitelial de la conciencia
 
Arde el párpado del alma.
Un útero de tierra recién parida
me mancha de mapa el costado.
—Galaxia nueva anidando,
fértil, en el limo tibio de mi costilla—.
 
Maquillo el silencio a dentelladas,
guardo la aurora entre los muñones.
La mordida del alba
mece rótulos de niebla,
abre una grieta de canto
en la navaja inmóvil del día.
 
Vaga la conciencia:
inclino la frente en el rocío,
y anuncio el estupor del tacto;
cada dedo se disuelve en un quejido,
se evapora mi forma, mi certeza.
Arranco del horizonte sus grapas,
pego con saliva mi verdad macular.
 
Cede la conciencia.
El alma, lúcida,
teje su cáñamo de luz epitelial.
Moriré cantando el verso de mi desvelo,
no en la hoguera del ojo sin nombre,
sino en la claridad que arde sin testigo.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 17 de octubre de 2025

El híbrido en la gotera del crisol

 La alberca, mal agüero, retuerce
el cable elástico que estalla en mis venas,
alicate de peripecias errabundas
junto a la orilla de mi tráquea
de llave inglesa. Afanes de cemento,
deseos que florecen en la gotera del crisol.
 
La hipótesis de un tornillo palpita herbosa:
espejismos sin domicilio, reuma delirante,
cinta métrica que mide mi melancolía,
sierra de arco, tu epidermis de doble filo,
que carcome el lado bostezante
de un tractor con cizañas depresivas a la vida.
 
Ensamblo, en pulmón de carga, el híbrido de la mentira
y el volante de tierra movediza.
Invado el corazón de la inquietud,
su navío de angustia de metal,
sus alucinaciones,
la invención de un brochazo desesperado
sobre los pétalos de risas florecidas.
Ivette Mendoza Fajardo
Radiografías de lo Imposible
 
Radiografías de molestias afiebradas
se queman en mi pañuelo de la desesperación anaranjada;
siento torniquetes de hojalata en la acidez estomacal
de mis luchas sin vendajes.
 
Y tras cada aneurisma incomprensible—
mi estornudo encrespa los cuchillos
de mis alveolos suplicantes,
de mis sandalias de visón perdida,
de los yesos de la artritis en viejos calcetines,
de anestesias en los istmos de mi pelvis andando,
de cutículas de mi esqueleto solitario en crema de afeitar.
 
Y mientras, una crema humectante me sigue salpicando estigmas,
y ella sólo convulsiona, irregularmente,
el nudillo que se abstiene de mi emoción nerviosa.
 
La suavidad de mis talones marea la música del pulgar;
siento que se sujetan de los eslabones psíquicos
de mis canillas,
en medio de la botica, casi antes de su cierre.
 
Mientras, mis patitas, con su elocuencia fija
desde mi vesícula biliar...
Y siento que en mis ojos se hiela la queja del quirófano,
y a esa hora la penumbra ya no me pertenece.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 16 de octubre de 2025

Diluvios abrochados

Quiero verter la cobija oscura del corsé,
enjuagar mis manos en la consigna de una manga
llena de ojos frígidos;
emparejar el filo de este celo devorado
que nombra una soledad cordal —
una uña rascando el hueso digital de la memoria —
en depuración hacia lo indeleble.
 
Con licencia para manejar en mi huella digital,
con la limadura sabia de mis mejores lunes,
tejo el textil ardiente de mi concentración.
 
Resuelvo la ecuación del apego
en su puerta giratoria, gemebunda;
aparto, por un instante, la ley de los pesares
que filtra el fervor de una bala en ruinas,
esa que, como tobogán, deja su diversión
en el cigarro amado de unos labios de corbata blanca.
 
La mancuernilla vivaracha excita
el boliche de mis avideces —
ruedan, caen, callan.
El disco volador y sus patines de hielo
me comprenden minuto a minuto.
 
El concierto de la trituradora de papel
se pierde entre las reglas del pecado,
hasta desanudar el tiempo en diluvios.
Ivette Mendoza Fajardo



Radiografía del conjuro

Desprevenidas, furgonetas de mis impulsos,
me esbozo sólo a tientas;
me deslizo, órbita sublime,
dopando la empuñadura cerebral
en mi alma desenhebrada.
Desfiguro todos mis garabatos,
más no los desordeno:
ellos truecan mis vacíos,
y los manejo con volátil vehemencia.
 
Grana, sin recelo, mi improsulta gabardina
donde inverna lo soñado,
y al encontrar las microondas de la espera,
allí nomás… allí prometo…
la radiografía de mi dolor,
construyendo mi estilística en la rodilla
para rejuvenecerla y alejarla
ante la gaita de la pesadumbre.
Yo regreso sobre la galbana del papel
a espumear el detergente de todo este conjuro.
 
Rompo contenta los atajos, la cajuela de matabuey;
aligero con paciencia:
retrocedo por debajo del encolerizado drenaje,
y sobre mi sepultura desesperada
entrego mi soldadura de carne en estas líneas negras
que acompañan el pan de cada día.
Ivette Mendoza Fajardo


miércoles, 15 de octubre de 2025

Bosque grafitado

Mis dedos, esos que laten en verdeazulino pecho,
avanzan hacia el bosque grafitado de bronce.
Hablan en la oscuridad,
como héroes de un cuento olvidado,
con la sabiduría del tacto.
 
Son como Eurípides, sí,
pero un Eurípides de este tiempo,
cubierto de polvo y collages,
de teorías frágiles como el azogue,
pero aún radiantes, aún de ámbar.
 
Por el camino encorvado, la risa del ayer regresa
y deja atrás una semilla orbital que se deshiela
en la palma de mi mano.
 
La mañana se agita en el giro de la humanidad,
y en lo más hondo, lo insolente,
calienta su rostro olfateado.
Es fácil multiplicar soles
en un insecto de tinta voraz,
extraviado sobre mi espalda.
Y así, atrapo este dolor de cabeza
que evoca pasividad, hasta perderla de camino
a las garras que devoran mi miedo inmolado…
con la magia pardusca de estos dedos
que vigilan el páramo en fuga de mi alma.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 13 de octubre de 2025

Fiesta de ortigas

Tengo que doler cuando el mutis rompe mi amargura,
para adormecer lenguas y exhumar el catre que gobierna mis siglos.
He aquí, con el ciprés de la insistencia en el hipotálamo verbalizado,
para comprobar si su balbuceo aún habita mi sombra apretada.
 
Fiesta de ortigas de un verdugo suspendido en mi mundo,
adonde llegué vestida de deseo con máscaras de azabache.
Llegué sin esta voz corroída, joroba penitente y tardía,
que, de prisa, llevaba el hábito empapado en saliva y culpa.
 
Aun así, alcé mi copa a la rueda de la fortuna.
Vacié océanos de vidrios junto a la malhumorada arena,
y juntos bebimos la suerte ya echada,
leales al vértigo de estar vivos.
 
Nadie cruzó conmigo la frontera de la lógica cadavérica,
ni quiso aguardarme en la colina del éxtasis.
Pero yo: devoré las consonantes vitales en su reino,
dejando el amanecer consumido en su propio jugo.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 12 de octubre de 2025

Caracol del silencio

A buen recaudo hilvano una palabra
entre el polvo que resguarda su pequeñez.
En el código de mi lengua se anudan
las hebras y sus miedos.
 
En mis neuronas doradas, las primeras sílabas
se escriben con agua y ceniza.
Abren signos,
sacuden estructuras que se niegan.
 
La pupila del pensamiento se dibuja
y en su centro se quiebra
el asombro de estar viva.
 
Regreso a las primeras páginas de mi niebla,
a reescribir la savia de lo que fui.
Para leerme de nuevo,
deletreo en el caracol del silencio.
 
Es un milagro que aún nazcan tramas
en la erupción de mi verbo inclinado.
Es un milagro que la noche respire en mi canto.
Y es un milagro este sueño que desata la sed,
este nudo en la garganta que se abre
en una sílaba más
para nombrarme, otra vez, cada día,
y ablandar las piedras.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 10 de octubre de 2025

Las Dagas de Rocío

¿Qué hay cuando arrastro un metal sumiso
en el tedio leve de lo extraviado,
esa carga de desgarros que reposa
en la voluntad cansada de mis pupilas?
 
Escucho el golpeteo de mis pasos
en la suavidad del viento; ah, caray,
este tránsito dolido, en luna llena,
aún tibio de carne y juventud, oculto
como una flor que no responde.
 
Por qué dejo que la noche me rastree,
me lea las rimas del cansancio
en el tumulto de sarros encendidos,
como una eternidad azul que se desborda.
 
La luna se me desliza, vacía,
recoge el amor del éter inmóvil;
encierra el filo de mis ojos,
trenza su juego en tus hilos de deseo.
 
Y el tiempo —mi huésped antiguo—,
en esta noche abierta de nostalgia,
empieza su soliloquio: me incrusta dagas de rocío
en el cuerpo frágil de las palabras. Y callo,
porque el que huye también sangra,
aunque nadie lo vea.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 9 de octubre de 2025

Autorretrato en tela rota

Desciendo con los dientes abiertos del zipper
de mi cartera marrón, al abismo de los hilos rotos,
cuando el bastidor se atasca en el ojal de esta bobina.
Arden mis terciopelos ocres en un cuarto sin ventanas,
y una muda devoción se enrolla ciega en mis bastidores,
ergue murallas de gamuza en esta ladera.
Me hiere la luz fría de la hebilla en el jean del olvido,
donde estos dedales ahuecan memorias en el ruedo
de mi falda,
entre astillas de alfileres y ese polvo de bolsillo.
Mi tótem de seda trastabilla en las lentejuelas
del viento,
y en el aire este alfiletero balbucea a la camisa sucia
hacia la vastedad del sendero de encajes
que me oprime con sus estaciones suavizantes.
Soy esta percha que cruje hacia lo perecedero,
al tumulto de voces donde el nylon
cose a tientas mi edad entre los siglos.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 7 de octubre de 2025

Filtro de juventud

Remojar de lluvia mi piel de luna crinada,
en un líquido espeso que retuerce su batalla.
Siento la osamenta en flor a labios, abrazarme,
cómo quien abraza la desnudez de la tarde,
cómo el veneno deleitoso del día que alborota
aterciopelados velos de vapor, saturando
el cáliz salvaje de mi alma pálida.
 
Atisbo el objeto arrebatado del poniente,
cómo enumera la carne del espíritu:
he aquí las antorchas ilegítimas,
el fulgor místico, la fiebre del tormento,
encantados por una nota discrepante.
 
Aguardo, con vértigos de sangre,
a que la luna me derribe:
ungüento desolado de una juventud engalanada,
filtro triple de preciosidad,
nacido en la majestuosa cintura del secreto.
 
Mas nada llega —mi humor vagabundo—
desde la fuente inquieta donde bebí mi niñez.
Mi epidermis empieza a tener sed, y
mi rostro se broncea desde su nombre virginal.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 6 de octubre de 2025

El mar inmobiliario

Observo al mar inmobiliario cantar en mi manía anacoreta…
¡Oh ilusión lúgubre de lata!
A lo lejos pastoreo mi orbicular sereno,
mi paradigma de aspecto pestañoso.
Siento que los dados oprimidos traen
fortunas arrulladoras de letras hinchadas,
y que mis cadenas se rompen al apretar
sus sabidurías.
 
Siento el credo salitroso que me inspira,
mitocondria paralizada en pedrusco bondadoso,
llevar mi piedad sujeta a la yugular
de esta madrugada donde va mi pasión rota.
Me transfiguro estridente entre vergeles malformados
que, en tiempo de cenizas, se alzaron sigilosos
hacia la cimbrada cintura de la niebla,
con nardos entibiados por sendas fracturadas,
con mis rebeldías.
 
El mar suda caminando. El mar canta con voces ajenas.
Mi voz resuena en el letargo de lunas de bochornos,
en los renglones caóticos, el mar se lleva
mis tristezas con claveles miopes.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 5 de octubre de 2025

Protocolo para una Metamorfosis Velada

Pido al aire de mis cruces que sollozan furias penitentes,
que el silencio, en su senda quebrada,
descifre mis plegarias.
 
No hallé cielo hereje en el ancla de mi alma,
solo esta ceguera terrosa que se interpone a mi emoción.
 
Disfrazo mi dulzura de hojalata en protocolos de calma,
bajo lágrimas de óxido y ritos de fuego creador.
Si un destello naciera sin llama, mi mano caería
en su metamorfosis velada.
¡Oh Píndaro ausente!, hallaría luz en el desaire
humilde y abatido. Ejecuto mi ritual.
 
Mi paraguas custodia mi sombra fatigada,
se adorna sin aliento,
tejo fragmentos de mí entre la marea inmóvil
de mi sonrisa suspendida.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 2 de octubre de 2025

Acuarela del sol

Me pregunto cómo se enhebra la acuarela del sol
sobre el rojo ardiente de mis inviernos,
si hasta Picasso confiesa que su ámbar
se torna mugido verde
que me arrastra en ráfagas de ideales,
colores que germinan en los barrancos de mi mundo.
 
Y yo,
oh aventura a pincel,
me deslizo sin poder dibujarme,
brizna devota y puritana,
en pasos galopantes hacia mi nada,
allí donde se esconde mi caballete auroral,
donde me miran miradas intensas
y me rozan gradientes de mi cansancio yerto.
 
Es penoso abrazar sola el auricular flotante
de mis sueños en su paleta desbordada,
probar la saciedad fría de lo negado;
es certero sombrear los jugos de mi instinto
que hablan tanto de mi ayer
en este hallazgo personal:
sólo admito la transparencia de mi silencio
en su oscuridad,
su boceto pigmentado.
Ivette Mendoza Fajardo




sábado, 27 de septiembre de 2025

Madrugada clandestina

La vida, en mi breve narración, dialoga
sobre pilares de lucientes apetitos.
El bisturí del miedo besa mis momentos hondos,
corta las ramas de mi desliz desfallecido,
como mancha en el chasquido de mis suspiros,
franqueando mis instantes sin opulencia.
 
Un deseo se fragmenta, ampuloso;
ovación en el nudo de mi garganta.
Vuelo cinético de brújulas matemáticas,
el deletreado cielo desnuda sus voces
de estrellas, contradiciendo la distancia
entre mi nostalgia y el florecimiento de mi alba.
 
En la caverna de mi fisonomía silvestre, el arte
me otorga el salvoconducto embalsamado de mi sensatez.
En mi plática sorda divido la nada de mi esfinge taciturna
y mis heridas incandescentes: hierro híbrido,
madrugado y clandestino.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 26 de septiembre de 2025

Zarzal en la soledad

Con la caridad ojerosa de la oropéndola,
recaudo recelo en el tabaco de austera verdad
que entuba la convivencia en el pataleo desencantado.
Frecuento las migajas y despunto
con acentos obsesivos,
como espasmos oprimidos celebrando tanta soledad,
como coca cola picoteando la inverosímil yerbabuena,
preparándome para el abandono.
 
Soy zarzal de batalla ovalada, con cuerpo de utopías,
machaco mil cosas cotidianas en la lumbre.
Soy, al fin y al cabo, la tonada de pájaros en vigilias,
peregrino, solitario títere dictando prosas,
coloreo los momentos inmortales
en la cola de un gorrión sobre la tierra conmovida:
tiempos de cenizas y fotografías orgánicas
de ardua modestia.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 25 de septiembre de 2025

El fardo impaciente

Mi oficio es el fardo impaciente,
y mi paso: cargar la charla de la vena ardiente.
Busco el ruido enhiesto que apenas marca las horas
para ganar el peso de su luz.
 
Me empujan en este péndulo que hincha desde sus cadenas,
donde solo hay un muelle desencajado,
elástico, periódico, porfiado.
“Cambia de frasco”, me han dicho.
 
Pero unos cuantos bufan en cascabel del torbellino.
En mí se humecta la arboleda,
bajo esta delicada fuerza que, embriagada, oprime,
bajo este movimiento que su pena cuelga en un jardín
que inventa la inocencia de ser bulto dando palos de ciego.
 
Ah, si interviniera el arrabal ojituerto:
mi fardo queda abierto, la orilla que tuvo vida,
sin barrotes y sin hiel evaporada de prisa en mis pupilas,
sin claustro arrodillado. ¿Cuánto dolor llevo?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 24 de septiembre de 2025

Soplos interplanetarios

Mi dorado anhelo fue escalar pedestales de cegador estruendo,
por pasadizos donde el manzano sangra versos en la yema.
Si tu costumbre era tocar las bisagras famélicas,
que abren y cierran el revoloteo de una generosidad torácica,
¡qué bien, qué bien!
 
¿A dónde vences ahora, con tus moralejas de meriendas,
fugándose de la otra vida en esta carne pretensiosa?
¿Fingías el selfi táctico de otras realidades?
¿Dónde nos atraviesa, andante, el valeroso tábano del deseo?
 
¿Y qué dice la oruga a los bolillos personificados,
que tamborean, tamborean los pasos brumosos de las verdades idas?
¿Qué es traspasar la misericordia de los vientos?
 
Oh, caos del hielo, ven, conoce los gestos de la página dudosa;
mueve el planeta innovador en los caracoles del futuro,
olvida la catástrofe de mis ojos interrogados,
junto al lanceolado borde del poro profético.
 
Soplos interplanetarios de mi sueño, última trinchera,
de la camisa sin cuernos que hoy manufactura
el embrollo aterrador de un augurio
que se descompone, se descompone en la lengua.
Ivette Mendoza Fajardo



La Alfombra de los Espectros

Se hunden mis apretones disfrazados de bostezo.
Irrepetible vuelta avizora la mente de mi suerte.
Bolsillos cansados de diamantes maltratan las brasas
donde se aferra un pétalo de mi congoja,
barranco truncado por rojos cetros de melancolía sonatina.
 
Noches eternas sobreviví abrazos de epitafio lloviznado,
llorado en invención de huella bruja.
Batalla de sollozos tercos vence mi verso con dolor
y se alimenta del intelecto de esqueletos.
 
¿Dónde está mi sitio dentro de risas que se burlan
del legado de reflejos esclavos?
Mi inquietud también se mortifica en el coraje banal
de tu alfombra risueña de espectros.
 
Rebelde sepulcro de la llave, tu crueldad esconde
mis cuatro extremidades de hombre-rana
sumergido en un infinito molecular.
En alarido de hembras de dulzura siniestra
me rimo alborozada a la justicia de las letras,
en las trampas de la palabra.
 
Aquí el soslayo se estremece,
y su terrón de azúcar es mi reino.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 22 de septiembre de 2025

Andrajos de la noche

Ensangrentada escalinata del suelo feroz,
observo su lágrima embravecida que no regresará,
mientras empapa las colchas que duelen en el bastón
angustiado de las esquinas.
 
Un jirón de razón irrumpe
entre andrajos de olvido,
como plumas desgastadas de materia
flotando desde mi memoria hacia la noche.
 
Noche en que enumero deseos:
mi lengua de laurel lame el fuego de la esperanza,
persigo el paso tembloroso de la quimera,
una nostalgia que nace de la austeridad de su
abandono y su llanto.
 
Así, se cierra la palabra en sus devaneos
bajo la inmensidad
de este mundo anidado en aguacero.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 20 de septiembre de 2025

Conciencia del oleaje

Mis manos evidentemente se enturbian
con un agitado humo cauteloso…
 
Me persiguen pájaros marinos
para rasgar memorias en la orilla,
mientras el sueño aturdido de la espuma
me abandona sin prisa,
con la sal infinita del oleaje:
 
mi soledad despierta es un sable encapotado que
escapa a la balanza enloquecida de la garganta,
inepta ante la fosforescencia —y no tiene más que hablar—
cuando la pena se enciende bajo el lucero
de la madrugada.
¡En las ondulaciones de este mar,
yo, cansada de arrastrar nostalgias!
 
Luego, un sol salva y justifica,
desnudo y empecinado,
rasga la fábula errante, fluido en el desvarío;
y mi boca exhausta se retira a parir
algas con signos mojados.
 
No hallo sed que rompa el tiempo,
ni espacio que se apague
con el rumor en la conciencia de la luna…
Ivette Mendoza Fajardo 



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Timón de glorioso encanto

Timón de glorioso encanto y silencios en tregua
viene a quebrar
la marea opaca.
El faro ávido del sosiego
arde despechado en mi vértigo,
con un semblante hueco y salobre.
 
Bajo el airado navío y la bruma sin proa
ni popa,
zozobran mis deseos en truenos de campanas náuticas.
Mis espectros de hierro enojado
recorren vueltas sin forma,
mientras gaviotas y vigilias palpitan en aguas sin decoro.
En mis costados, rompebrújulas me hieren
los calendarios que desprenden clamores.
 
Nado para descifrar, en el oleaje que mira en celo,
ese tono incierto
del que soy apenas sombra, un mar desconsolado
y ancla convulsa que se bambolea dentro de mí.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 10 de septiembre de 2025

Confines de neones azules

Yo, que me nombro cautiverio encendido,
camino erguida en presencia fortuita,
y guardo en mí la sombra de neón encantado
de tus labios, relámpago extraviado.
 
Yo, que en mi culpa hallé descargas polvorientas,
doblegué al mundo en mi propia batalla;
mis ojos —fuego, desvelo eléctrico—
fueron lámparas heridas en la fuga.
 
Yo he brillado en lechos de lavas de entusiasmos,
he dejado caer mi gesto vacío, paseando recuerdos
hasta rozar al halcón de la materia,
siguiendo el pulso febril de tu aurora.
 
Soy caricia de hierro encariñado,
soy diamante estremecido en la sombra de Dante,
soy tiempo incierto que se enciende en tus huellas.
Y mis ansias de vivir se renuevan, en tu cuerpo,
como un río de confines azules que invade mi alma.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 8 de septiembre de 2025

Edad de juventud glacial

Soy de juventud glacial, de lentos, errabundos
celajes que se transmutan en horas cautivas de mi bóveda vegetal,
abigarrados de brasas, cual velo convulso en su quimera,
bordado en amatistas, hundido en penumbras.
La luna, con su cuchillo de hielo, me concibe importuna,
y yo cavilo —entre grietas y derrotas desleídas—
que yacen, como arrugas de terciopelo en veladura,
revelando la leyenda que me devora e inunda.
 
Atravesé mi gesto soberano, apenas grave,
rozando dalias vacilantes, cuyo hálito herido
sangraba en la obediencia frágil de su corola.
Vi tus cabellos: súbita lágrima inefable, expirada;
te apresé, y en tu cuerpo —leve poesía sin laureles—
se destiló en mí, exhalando su pachulí,
como azahares hundidos en el resquicio de su gloria.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 7 de septiembre de 2025

Ceniza de sándalo agraciado

A cuánto guiño de párpados el cielo me reprende,
oh humor mortal… frágil, hechizado.
Me encojo en la fiebre de mi propio empeño,
me hielo cuando la farsa estalla,
me hielo otra vez, como si fuera nueva.
 
Me asusto si el cetro del lamento me acongoja,
si la rienda se dobla y me consiente,
si el teclado me sujeta en su rigor:
días y noches —tan hoscos—
con ceniza en la frente, arcilla de mis días.
 
Mas sólo guardo sombra para el sueño.
Ni al picaporte.
Ni al pulso insolente.
Ni a la herida… ni al sándalo agraciado.
 
Y, sin embargo, me defiende mi quimera incierta:
el gesto de mis mareas celestes, desmayadas,
me embriaga de clemencia,
y en ese naufragio —renazco—
como luz que se disuelve y regresa devuelta en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 5 de septiembre de 2025

Horas del Zodiaco

Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de quietud.
 
El júbilo es un extracto de vacío, dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
 
Agito el pedazo de follaje que se trenza en mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
 
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo



Nudo y cordillera

Siento el nudo de vapor encenderse
sobre mi sala vacía,
mi memoria se escapa
tragándose los bordes de las cosas,
mientras la tarde se derrama
como un suspiro roto sobre mis sienes.
 
silencio que araña mi entraña.
 
escucho golpes lejanos,
mi madera no cede,
mi café frío en vigilia
mi mesa hundida en sombras.
 
veo la chispa saltar entre mis dedos,
la bruma quedarse en mi garganta,
mi cordillera respirando dentro de mí.
 
polvo agudo, sin custodia
el
anillo torcido de un dios.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Estaciones dormidas
 
Siento el borde contorsionado,
de rama que se cuela
en mi corazón frutecido.
 
Hora desierta,
lejanía del mundo.
Guardo un abrigo secreto,
callo lo que rompe bajo la lengua.
Abrazo que no termina.
Ato estaciones dormidas,
equilibrios sin miedo
apretujados en mis manos.
 
Sueño quebrado
dentro de un círculo cerrado.
Tropel de insectos.
Luna que me atraviesa
y abre lo bravío en mi carne.
 
Aquí permanezco frente al arrullo
de la vertiente,
descifrando el misterio de mí misma.
Las articulaciones del ocaso
palpan mis ropajes vacíos.
Un semblante ajeno
se hunde en la efervescencia,
sin despedida.
Ivette Mendoza Fajardo