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lunes, 8 de septiembre de 2025

Edad de juventud glacial

Soy de juventud glacial, de lentos, errabundos
celajes que se transmutan en horas cautivas de mi bóveda vegetal,
abigarrados de brasas, cual velo convulso en su quimera,
bordado en amatistas, hundido en penumbras.
La luna, con su cuchillo de hielo, me concibe importuna,
y yo cavilo —entre grietas y derrotas desleídas—
que yacen, como arrugas de terciopelo en veladura,
revelando la leyenda que me devora e inunda.
 
Atravesé mi gesto soberano, apenas grave,
rozando dalias vacilantes, cuyo hálito herido
sangraba en la obediencia frágil de su corola.
Vi tus cabellos: súbita lágrima inefable, expirada;
te apresé, y en tu cuerpo —leve poesía sin laureles—
se destiló en mí, exhalando su pachulí,
como azahares hundidos en el resquicio de su gloria.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 7 de septiembre de 2025

Ceniza de sándalo agraciado

A cuánto guiño de párpados el cielo me reprende,
oh humor mortal… frágil, hechizado.
Me encojo en la fiebre de mi propio empeño,
me hielo cuando la farsa estalla,
me hielo otra vez, como si fuera nueva.
 
Me asusto si el cetro del lamento me acongoja,
si la rienda se dobla y me consiente,
si el teclado me sujeta en su rigor:
días y noches —tan hoscos—
con ceniza en la frente, arcilla de mis días.
 
Mas sólo guardo sombra para el sueño.
Ni al picaporte.
Ni al pulso insolente.
Ni a la herida… ni al sándalo agraciado.
 
Y, sin embargo, me defiende mi quimera incierta:
el gesto de mis mareas celestes, desmayadas,
me embriaga de clemencia,
y en ese naufragio —renazco—
como luz que se disuelve y regresa devuelta en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 5 de septiembre de 2025

Horas del Zodiaco

Vuelvo a las horas del Zodiaco,
me deslizo como claridad en carne.
Me atraviesa lo eléctrico de huesos turbados
que cualquier figura,
llevo la tela del rocío impregnada de quietud.
 
El júbilo es un extracto de vacío, dispuesto a quebrarse
como vidas tardías, como pulsaciones.
Ya vencida en esta conciencia
un dedo secreto y soñoliento
se hunde en mi brisa ingrávida.
 
Agito el pedazo de follaje que se trenza en mi boca,
la mordida de un ayer indómito.
La clemencia no toca a los contornos helados y menos aún
a quienes nunca aprendieron a extinguir la llama.
 
Inicia Septiembre y el vértigo no perdona:
arena extraviada,
el guiño de párpado de libra arremetió en mi esternón,
y la narración quedó inclinada, sin fuerza,
abierta en mis pupilas
a la mitad del umbral.
Ivette Mendoza Fajardo



Nudo y cordillera

Siento el nudo de vapor encenderse
sobre mi sala vacía,
mi memoria se escapa
tragándose los bordes de las cosas,
mientras la tarde se derrama
como un suspiro roto sobre mis sienes.
 
silencio que araña mi entraña.
 
escucho golpes lejanos,
mi madera no cede,
mi café frío en vigilia
mi mesa hundida en sombras.
 
veo la chispa saltar entre mis dedos,
la bruma quedarse en mi garganta,
mi cordillera respirando dentro de mí.
 
polvo agudo, sin custodia
el
anillo torcido de un dios.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Estaciones dormidas
 
Siento el borde contorsionado,
de rama que se cuela
en mi corazón frutecido.
 
Hora desierta,
lejanía del mundo.
Guardo un abrigo secreto,
callo lo que rompe bajo la lengua.
Abrazo que no termina.
Ato estaciones dormidas,
equilibrios sin miedo
apretujados en mis manos.
 
Sueño quebrado
dentro de un círculo cerrado.
Tropel de insectos.
Luna que me atraviesa
y abre lo bravío en mi carne.
 
Aquí permanezco frente al arrullo
de la vertiente,
descifrando el misterio de mí misma.
Las articulaciones del ocaso
palpan mis ropajes vacíos.
Un semblante ajeno
se hunde en la efervescencia,
sin despedida.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 4 de septiembre de 2025

En la intemperie académica

Anochecida recorro las ruinas de la fragua antigua.
La noche golpea mi carne con su prosa seca.
Llevo siglos diluyendo el juguete de mi tristeza,
maravillosa entre pájaros mínimos.
 
Pastoreo mariposas del fulgor mental
cargadas de semillas heroicas.
La polea intuye mi paso:
no es heráldica, ni un girasol ciego.
 
El cenicero es un ruiseñor que se sabe bello
en la eternidad sangrada,
en la risa de la garúa del trueno,
en el confín.
 
Se resquebraja la incógnita de mis pasos;
el tiempo tras el cristal queda resentido.
No es el cabello sagrado de la pregunta salvaje.
 
Mi ataúd es un puente de hojarasca sonora.
A mitad del sueño, mi maúllo retrocede
en la oquedad del pasto.
 
Al nombrar los pliegues de dolor,
mis esqueletos se alzan, fabulosos,
a lucirse en la intemperie académica.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 3 de septiembre de 2025

Estandarte sin resplandor

Abrir los ojos es caer en humo leve,
vasija temeraria que nadie alcanza.
Nada ocurre aún,
hasta que despiertan las aves negras,
hasta que trazan la mueca del mundo.
 
Sombras heladas —inmortales—
no vibren en lo hondo:
aquí se quiebra la piedra del nadie,
y una cifra nos ciñe en la enredadera.
 
Amado mío, grábame en tu secreto,
para no suplicar en el cálculo del dolor.
Toma mi frente,
sumérgela en la llama que me aprieta,
donde el silencio responde,
donde me disuelvo,
y el fuego consume mi reflejo.
 
¡Oh cielo!, elévame sin resplandor
en tu estandarte.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 2 de septiembre de 2025

Horizontes de hielo

Horizontes de hielo por tu ausencia,
y dentro de mí un verano secreto arde en pleno día.
Las paredes antiguas muestran sus grietas,
tantas voces quedaron aferradas a la cal.
 
La luz que dejas tras de ti, se disuelve en la esquina,
mi mirada tropieza con un reflejo tuyo,
un destello que se escapa entre los adoquines.
 
Te mueves como humo entre la tarde,
y pienso que tal vez podría tocar tu fuga,
esa fuerza invisible que sostiene tu calma
y deja temblando mis horas.
 
Me resguardo en estas calles caídas del cielo,
imagino tus besos despiertos en algún borde del tejado,
y esta mano se escurre por tu pecho: sin regreso en mi sentir.
Tu aliento me devuelve un soplo de júbilo,
derribando la frontera entre tu cuerpo y mi deseo.
 
Extraviado mi silencio entre puentes desiertos,
la ciudad se abre como herida.
Y mientras tu corbata guarda más preguntas que respuestas,
yo permanezco sin un lugar donde caer,
prisionera de tu presencia ausente.
Ivette Mendoza Fajardo



Aguijones en la piel

Hay un enjambre de diptongos que late cada ciclo,
y una miel de ceniza mancha el alma.
Perseo, intuías la fractura de cada abeja en mi pecho:
solo al hallar la otra cara de la vida en otro panal
me reconcilio conmigo.
¿Por qué, Eurípides, zumba esa condena?
Si la lluvia vuelve a fecundar,
solo el aroma solar de su cuerpo me sostendrá.
¿Cómo revolotear el tiempo viscoso?
 
Un instante de calma me da un segundo nacimiento;
déjame beber pólenes húmedos en el bosque.
Aún queda fulgor en la colmena,
y la miel respira resignada.
 
No logro destilar dulzura;
un zumbido de hiel repercute en mis sienes.
Canción de aire, ¿me rondas?
Te deseo, te miro, pero no te encuentro,
contemplar el almíbar de mi casa
en semana santa:
que el deleite quiebre mis sentidos.
“...no te dejo ni sol ni sombra...”
Subías a mi paladar cuando era niña,
y una sabihonda abeja nos juntaba.
Echo de menos aquel verde campo,
aguijones prendidos en la piel.
Ivette Mendoza Fajardo 



lunes, 1 de septiembre de 2025

Itinerario de sudor

Rectangular en la bisagra de los platinos, así decía mi abuelo,
el riel viene a su encuentro: gravito en sus sueños
y me dejo llevar por el vértigo que empuja.
El eje del tranvía me juzga apasionada, a buen recaudo,
y los cigüeñales —viejos, matriarcales—
me señalan rutas que no elegí.
 
Gorjeo entre pernos y correas que alucinan
su orden, y obedezco no por mandato,
sino por el peso familiar de su empuje.
Andamios flexibles se acercan, silenciosos,
rozando el nylon opaco de las ruedas gastadas,
que sin promesa me guían por este itinerario de sudor.
 
En el chasis del alba adolescente,
las tuercas ajustan su armadura hacia lo trimestral,
y mi marcha se aligera con un ritmo
que me nace desde el corazón: trémulo, casi frágil.
No hay furia abierta ni gleba en este viaje a Vancouver,
solo el golpe seco de la manija al descender
por la leva de mis muslos metálicos, mirándome al espejo,
vibra en mí un instinto temerario y esmirriado,
como un pájaro atrapado en una tubería.
 
Tal vez en la distancia, desde las palancas,
algún huraño interrumpe al compresor herido,
mientras el chasis circula, cautivo,
y yo me dejo doblar por la vibración donde todo me somete.
Ivette Mendoza Fajardo




viernes, 29 de agosto de 2025

Astillas de aire

Las oropéndolas picotean la ventana.
Escarban melancolías en mi pecho sonoro.
En la vereda descamada me rasguña
la mácula del humo.
Sus calices se dispersan lentamente.
El céfiro erosiona bordes torcidos.
La penumbra del anhelo es casi música en el alma.
Y en todo el patio la quietud guarda astillas de hierro.
 
Dentro de mí parpadea un ala, como la magia de mi niñez.
Instante suspendido de un amanecer: zumbando en mis sienes,
crepúsculos de vida desgastada que nadie puede sujetar.
 
Todo reposa en claridad rendida: muros, dinteles, aldabas,
la mesa, la lámpara, la cortina. Luces que hablan sin palabras.
La azotea y el suelo tan sinceros con sus ojos abiertos.
Todo permanece bajo la claridad de la mañana.
 
En sus melodías permanezco. Me libera un sol de blanca sangre.
Atravieso atardeceres entreabiertos: el día es un viaje en la emoción.
¡Oh nidos que deambulan inmortales!
Pequeños fragmentos de conciencia.
Soy el caminante que derrama miel de fuego en
el corazón de la hojarasca,
colándose como aire entre la hendidura de las hojas.
Ivette Mendoza Fajardo



Huertos callados

Senderos de incertidumbre
hienden mis ríos descalzos;
me cercan voces dormidas,
me germinan huertos callados.
 
Senderos de incertidumbre,
la vereda se abre y se tuerce;
en el remolino de miradas
otras manos cautivas resuenan.
 
Casi al umbral del zafiro del mundo
brota un lirio, nítido, intacto, esperando.
Me sorprenden letanías serenas
en el filo helado de la nada;
la lluvia se desgrana en su despedida
y sostiene lo frágil.
 
Senderos de incertidumbre:
¡ha germinado la quimera!
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 28 de agosto de 2025

Médula del desvarío

Irradia mi médula elástica en el enchufe de la expresión.
Entre los engranajes siento cómo resbala la sentencia quebradiza,
llega con el arrebato de la sinrazón.
 
El mundo camina sobre la leve furia de los sentidos
y deja tras de sí una estela enajenada, fósforo hermoso.
 
La horca de la desazón apolilla mi existir.
Corrige, a su modo, el rumbo de un farol.
 
Sólo hay una forma de ver la tarde mastodóntica:
cuando un rostro agrietado aparece en el imperio del meteorito
y se exonera entre las cejas del designio.
 
La tierra es un extraño ruido que se aferra a un broche perdido;
en la pureza de sus muecas lidia con el combate
de tercos besos.
 
Las viñas del dolor navegan peregrinas,
cargadas de divina esencia.
 
La mañana se sostiene de prisa, persa en su ademán, como los
corazones apresurados.
 
Y en mi médula gravita la forma intacta del desvarío.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 27 de agosto de 2025

La polea del silencio

Desde la polea del silencio, la noche anuda
la llama zarandeada por un piano oscuro
que toca la ventana solitaria
con la paciencia crepuscular en su pulso aletargado.
 
Es un texto de sombra que pide el fuego,
una maravilla intacta devorada,
una fisonomía reanimada de sol.
 
Su acento es desvelo en semáforos del cielo,
claustros serenos como mapas errados,
y una calle sinfín que se transparenta,
dormida como la mañana centellante que guardo.
 
A usted, palabra desahuciada,
llovida de niebla y fe,
le entrego las horas que se deshacen
en el cansancio de mis venas.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 26 de agosto de 2025

Ramaje encendido

Si tu voz no me alcanza por el ramaje encendido,
se disuelve el instante en la arena de mi sangre;
te miro como un faro que flaquea sobre una daga
de esplendor, y me extravío en la niebla de la espuma.
 
La sed de tu pupila presurosa llora en la quietud,
en el desierto que a diario me consume; una mácula
me late la garganta por tu vida entera,
por la esfinge del mar, sedienta de la lluvia que se esfuma.
 
No me retires tu cauce ni tus palabras,
no te encierres en la piedra desvelada que vacila,
ni en la fiebre del estruendo que me erosiona;
mis árboles se quiebran sin rocío.
 
Deja que los manantiales de tu centro,
minúsculos universos con su música lenta,
resuciten mi campo en el estío.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 24 de agosto de 2025

Partícula aromada

Todo colapsa cerca de mí, el mismo campo, el mismo vacío cuántico.
Debajo de un beso tuyo, un fotón entrelazado se pliega en su espín,
y mi onda superpuesta, la de siempre, persiste aquí, reclamando energía.
 
Giro en la función de probabilidades tras mis átomos. El átomo disimula,
y el orbital, idólatra, desciende a mi frecuencia indeterminada.
 
Hay quarks que van tejiendo las moléculas como telas de araña.
La constante de Planck me da una dosis de cariño en su vibración.
 
Y mi resonancia se expande en el universo.
El universo entero se enreda en mi partícula aromada.
 
Una dimensión de incertidumbre me presiona como materia fragmentada
que busca tu brisa ácida.
 
Toca colisionar con mi propia radiación, el canto radiante de tus alas.
Mis electrones se dispersan, recorren hambrientos la malla,
y mis neutrones excitados perciben el rigor de la interacción que soy.
Ivette Mednoza Fajardo




sábado, 23 de agosto de 2025

Inercia de Otoño

Me reconozco en la inercia del otoño que dilata la tarde,
un calor latente que se estira hasta quebrarse.
La resistencia del aire colisiona breve,
se apaga en la epidermis de los segundos cósmicos.
 
El tronco del impulso me revela en su flujo térmico;
ya no indago las entropías del suelo descubierto,
sólo me cubre el centelleo del recuerdo eléctrico,
en la polaridad del cielo.
La fuga del calor es un manto de intemperie
a paso de tortuga.
 
Mi contorno es enojo en circuito cerrado
que se deshace en la sangre y en el fuego;
la nueva soledad se afila con el soplo del viento.
Camino con descargas de alto voltaje,
y la senda se desprende detrás de mí:
es el tiempo
mudando de cuerpo, de temperatura y fricción.
Ivette Mendoza Fajardo



Músculos del silencio

El pulso del cuerpo cede bajo un cielo que se agrieta.
Mi mirada se disuelve en la radiografía del horizonte
y traza su diagnóstico, su única residencia entre los vivos.
Está fría la luz y el flujo sanguíneo se agita.
Aún no despiertan las pupilas estelares en este examen vespertino,
cubierto por descargas eléctricas, por el estruendo de impulsos nerviosos
y por la tensión de los ventrículos.
Y aquí estoy, frente a mi propio torso.
La llama interna de donde se abrieron
 mis ojos
para inspeccionar la anatomía del mundo
y recitar, a todos los músculos, un silencio suspendido.
Ivette Mendoza Fajardo




viernes, 22 de agosto de 2025

Vertientes Secretas

Me oculto en tus vertientes, robando silencios,
y la fantasía de tu letargo me araña la lengua.
Cada promesa tuya perfora mi destino,
rompiendo laberintos donde se extravían
las imágenes sonoras del deseo.
 
Te miro:
vibras en mí sin conquista del tiempo,
el relámpago de tus dedos truena en mi nombre antes de decirlo.
Una furia tuya golpea mi pecho,
yo guardo el rumor, me retuerzo en la espera de tu risa sardónica.
 
Eres chispa atravesando muros y tormenta,
una calle que se abre con mis pupilas sin límites,
un loco compás que dibuja caminos invisibles entre nosotros,
y, aun así, me ofreces un canto matinal
como si fuera una fresca mañana nacida para mí.
Ivette Mendoza Fajardo



Sin proa ni popa

Una mórbida hormiga sobre mi delirio viajero
rompió los buques rasgados por la fuerza centrípeta,
siglos que habitan la otra orilla,
en el espejismo turquesa que camina suavemente
con venas de asombro.
 
El ojo abierto reconoce al navío:
en su alcantarilla se deshoja.
Alguien llama en las aguas harapientas,
donde no hay proa ni popa,
solo la chispa del reposo.
 
Cruje el timón, cruje la noche;
por eso sigo soñando con la sirena del amor,
que canta su sed a la orilla
de una espuma inocente.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 21 de agosto de 2025

Caracol borrego

Rutina insostenible del alma:
horas de amapolas detenidas en la sal secuestrada,
caracol borrego vacío que grita al viento su espuma,
sonrojo estremecido sobre el coral y la concha
se enloquece.
 
Fatiga de pedal en flor:
una miel a punta de caramelo se petrifica en luz,
deleita la nada del desenfreno de arrecifes,
la vasija de piedra calla su secreto en muda corriente,
un jardín interior se disuelve a rienda suelta.
 
Rutina insostenible del alma:
el encuentro a tientas en su ligadura, como algas verdes,
espuma quebrada a todo trance en la uña del alero,
ventanas celestes hacia un pasado intacto.
 
Destino incierto:
en la brecha de la ausencia se aburre la ostra,
un párpado clausura la mecha ardiendo, y no hay preguntas,
futuro rabo de hoguera que nadie elude.
Ivette Mendoza Fajardo



Voces extrañas sobre la tierra

Me redimo entre voces extrañas que se inclinan,
el suelo es mi dueño y me desarma a la vez;
no huyo, no me diluyo en los pantanos de la bruma,
el mundo me observa y me desvanece
en la desazón de un alma adolorida.
 
Cuchichean las raíces que laten bajo mis pies,
el viento me despotrica, se lanza al silencio silbando,
las piedras no dejan que caiga ni que me levante,
el tiempo se enreda en mis baratijas amistosamente.
 
La luz bebe las tormentas que atravieso,
el abandono roza mis brazos de ave resentida,
la savia de los días se ahoga en charcos de silencio.
 
Me renuevo en aire: solo existe
una tierra incomprensible: cercanía y fuego,
el crepúsculo es blanco y me llama a desaparecer y rendirme.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 20 de agosto de 2025

Aventurera en lontananza

¡Una aventurera!, me digo.
Camino por sendas de polvo y hojas secas,
busco la lontananza
donde la congoja de mi pañuelo no aúlle
y mi vida no sea arena movediza bajo mis pies.
 
Aprendo de la esperanza del tranvía expreso,
siento el cielo crujir en mi sangre
como ramas secas que se parten;
avanzo, mitad sombra, mitad filo de acero,
soñando en el silencio que me aprieta el pecho.
 
Atrapo metamorfosis de troncos dormidos
que visten almas humanas de tallo y polen;
olfateo nubes de fragmentos
que flotan como humo entre mis manos,
tesoros que nadie reclamó en esta vida,
como si fueran mis monedas de oro.
 
La luna burla los cigarros del mundo,
ese sueño insano que devora la carne,
y queda solo, perdido,
en la bruma que huele a barro mojado
y al carbón del tiempo que consume los días.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 19 de agosto de 2025

Esqueleto de palabras

El vidrio orgulloso guarda un reflejo,
como un eco detenido en su fiebre.
Me acerco al borde,
mi cuarto se abre en tajos invisibles,
el polvo respira,
mi mano hiere la página pensante.
 
El encierro se estremece,
y el café que tomo me grita cansancio.
 
Una calavera circula en los espejos,
me devuelve un idioma asustado.
Abro la puerta,
y los días desfilan sin color,
solo deseo,
solo ruido creciendo adentro.
 
Allí,
tras la tela del humo,
 
el esqueleto de palabras
se levanta en otro refugio.
La hoja me expulsa,
pero me deslizo a su médula,
como sorprendida
de mí misma.
Ivette Mendoza Fajardo



El agua se hace cuerpo

Un nombre tuyo —placer antiguo—
me borronea y me consume
hasta que en mis entrañas
la culpa se disuelve.
 
Ese fuego de ideales aún vibra
bajo el ombligo de un gesto,
puro espectro. Ansío, me entrego.
 
Un imán con garras me deshila,
nervio tras nervio me arrasa,
derrama con fuerza absoluta.
Un recado ya es piel. ¿Quién sostiene
tal conjuro secreto?
 
En la grieta del instante perdido
algo huye de su brújula rota,
se precipita en caricia,
trastorna la memoria.
 
Mi agua resplandeciente se hace cuerpo,
placer —soñado— regresa,
mi vivir se convoca a sí mismo.
¿Alma, carne? Mi esencia,
meticulosa, todavía gime.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 18 de agosto de 2025

Narradores de Soles Nacientes

He sido signos cegadores entre la luz lánguida,
centinela de noches que escrutan su propio silencio,
narradores de soles nacientes
que iluminan laberintos desdibujados que se niegan a dormir.
 
Este Génesis en mis manos es el rito final,
el brío que quema la alegría de la memoria
y convierte la existencia en chispas de luna,
un mapa que arde sin geografía.
 
Los valles de tanta sed se retuercen bajo mis latidos,
el eje interior se despereza como un pájaro oculto,
músculos en sombra, colmillos de aire,
buscando escape en la tierra herida.
 
Ni siquiera el horizonte podrá borrar
lo que hemos sido, lo que aún nos habita,
como la mano que desafía el infinito.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 17 de agosto de 2025

Voz de quesillo y pinol

Tu voz es enchilada en mi hambre,
roce que quema y germina,
deliciosa en mi paladar,
como bolillos que abrazan nacatamales,
nacidos con tierra y sol nica.
 
Me desata, me enciende,
un Gueguense despierta en mi pecho,
memorísticamente,
para domar la brisa azul y blanca
con la tuya.
 
Sigilosa me invade,
guardatinaja ardiente susurra en mi oído,
himnos de lagos y volcanes
derriban mis silencios
y nos arrastran a la danza del Toro Guaco.
 
Tus sílabas y las mías se buscan,
se hieren, se enredan,
y el aire, sudado y vivo,
se hace nuestro cuerpo ungido,
ritmo y alma de quesillo y pinol.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 16 de agosto de 2025

El Muchacho y la Marimba Existencial

Yo lo sé:
regresa a mí el muchacho de vinos inciertos,
ese que resuella en madrugadas torcidas
y se zarandea al compás de una marimba inspirada.
 
Lo miro regatear con hablantines de distancia,
cambiar mi desvelo por un plato de fritanga,
y en mi alma atesora la noche como candil de festival.
 
No entiendo el conjuro de su zapateo,
pero me provoca —quieta, absurda—
en el petate áspero y en la sed de la tinaja.
 
He rastreado sus pasos en la tierra astillada del garañón,
donde alguien golpea maderas tercas para tentar la suerte
y el miedo se agita en un vaso oscuro de jícaro.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 15 de agosto de 2025

Raíz de mis noches errantes

Siento un hálito de brezos y cardos,
dulce al tacto y punzante en mi baúl de remembranzas;
mis inocencias se enroscan en nardos secos
y los inviernos antiguos gotean frío sobre mis aleros.
 
Roce de juncos, plumas caídas,
humo que trepa y se dispersa por mis noches errantes,
campos mudos donde mi sueño es raíz,
ciencia temblorosa de la niebla que me toca.
 
El tiempo, raudo del verso y silencioso,
es mi amor sin astillas,
copa que guarda mis sacrificios hiperbóreos,
con sonrisas que escapan, fugaces,
restos de días enterrados bajo ceniza de memorias y objetos.
 
Oh, mis corpiños del agua, olvidados,
mis secretos que tallé en vigilia, de dolientes canas;
¿Dónde buscar, dónde estoy agotada, lo que llora sospechoso?
Sed de lluvias que no caen,
soledad que se extiende sobre los costados de mi santuario inexorable,
y me susurra cuando miro mi reflejo.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 14 de agosto de 2025

El crepúsculo del recuerdo

Mis mañanas en el traslúcido mirador. Agosto,
poblado de espíritu complacido, lleno de hojas y mi presencia,
me rinde a la suavidad de la lluvia
y escucho los murmullos del magnolio.
 
En la espiga de mi mundo, broches de oro y cendal,
la intensa sensación de reverdecer
al alborozo fresco de la natura.
 
Mis mañanas fértiles de flores y azul profundo,
radiantes de terciopelo, radiantes de vides.
Qué me diría esa nube devorada por el tiempo
si el alma, colmada de luz y azucenas trémulas,
se sumerge en el crepúsculo de todos mis recuerdos.
 
Qué fragmento de vida me lleva el andar hacia lo pálido,
hacia el animismo de la sortija rota que custodia los siglos.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 12 de agosto de 2025

Moldeo el instante

Moldeo el instante,
como un pulso lento que pule un remolino de barro,
con la paciencia de fábulas encorvadas,
extraviadas al pie de un hueso de desvelo,
sin más anclaje que el roce de mi mano
imitando su latido en la greda,
donde cada engranaje se adelanta a mi trazo.
 
Quizá sea una estatua sagrada,
árida y quebradiza en su relieve,
entre vasijas urgidas en la trama
de una modulación visible,
como cuencos que me miran
ante la extrañeza de sentir
cómo el cauce del recipiente
se extingue en mis dedos, agua blanda.
 
Tallo la figura pétrea,
sin artificios ni risas,
y en esa disonancia,
sin remedio posible,
las arenas densas se agitan
dibujando, tal vez, un horizonte
hacia el segundo preciso
que interrumpe la fatiga
de un cuerpo que, al fin, pronuncia su voz.
Ivette Mendoza Fajardo 



Simplemente un Sacuanjoche

Sólo un sacuanjoche me mira.
Desde el barro, una maraca-picaflor
bendice la mano de un volcán
que me pinta azul una mancha blanca.
Aún sombría, me persigue,
me acecha en una mañana madroñal
y exhala su hálito explosivo.
 
Pero me consuela, en pasos fugaces,
con pinolillos lacerantes
que recuerdan proezas
de gorros frígidos e inmortales.
 
Y desde un lago, unas pencas
se mecen en hamacas
con las caras festivas de los polvorones;
abarcan la piedra eterna
donde levanto la choza azul y blanco
de mi destino.
 
Y he aquí,
tocando la marimba con la ayuda de la luna,
zurciendo el huipil dolido de mi carne viva,
modulando las torceduras de un cenzontle
que canta, una y otra vez,
en la voluntad de un jocote
que lame mis heridas.

Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 11 de agosto de 2025

Vergel de Enamorados

El vergel es un mundo de sollozo enamorado,
un antojo en el mapa de las visiones
de un remanso indefinido de la natura;
tiene la ilusión de ser hermoso,
que navega hacia un infinito delicioso,
donde las flores tienen formas y olores celestiales.
 
Impenetrado,
su interior de fruta enloquecida, esa fuerza
que derrama —detrás de las primaveras—
la cara gozosa de la eternidad,
y se aferra en mí, en el ojo de frescura sazonada,
donde salgo a caminar por las noches,
junto a tu compañía, esperando la fuente clara
de tu amor. ¿Y qué nos une?
Las espinas de la vida,
y un vacío que se llena de belleza y persistencia.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 10 de agosto de 2025

Espada del destino

Etéreo y fascinante,
embarco lo que arremeda avellana,
y soy ave que no loza en destiempo:
mi única garrocha sostiene el viento.
Perdimos su jazmín —yo con su aroma—.
 
Lavado logotipo en evocación del goce,
por la luz del saber, mis ojos quedan
en este poema que sabe a paladar,
dulce, aún sutil, que se mustia todavía.
 
La complicidad del sol, crin bermeja, ara suave,
yo manejo el ómnibus soberano del óvulo otoñal,
bajo los inmensos paraguas que trepan al cielo,
y en sus tres cordajes, en el genio giro,
mi vivaz espada juega con sus destinos.
Ivette Mendoza Fajardo


Capucha oscura
 
Capucha oscura de la noche,
fina tela que abraza el silencio;
mi ser se engarza a la imagen eterna
de su forma:
guárdame en la agonía callada de sus gestos,
a flor de lumbre.
 
Estaré en el remanso, solitaria,
y en el surco germinaré, firme y lenta;
plantaré un trigo de oro,
curva dorada fiel en estío.
 
Entonces, en cielos sin dolor,
y en el llanto tierno de la luz,
ya no duermo,
y la marchita espiga quebradiza no renacerá.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 9 de agosto de 2025

Neón aletargado

Trenzas de desilusiones me embisten,
entrelazan aguas densas sobre el tapete del sol
del camino que cargo con poros de luna.
 
Pedal giratorio se alza desde el semáforo del mundo,
vuelca el neón dormido de mi carne
en su jaqueca incolora.
 
Golosina que ahoga buches
en la giba que se arquea en mi sentir.
 
Glóbulo que derrumba la calma,
alza en lo alto un botín oscuro
que me ronda, mordiendo el vivir.
 
Cráneo apocado que hiere con su choque pausado
cuando el querer pide reposo y no lo concedes;
destornillador ciego que raspa el hueso codicioso,
exprime sal como la pena
de habitar sin candelabro.
 
Ah, los desniveles desconfiados
que encogen la vida.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 8 de agosto de 2025

La orilla del minuto

Mis ojos, un reloj compartido
vibrando en la orilla del segundo.
En las líneas de un ayer sin agujas
rozamos el cobre sin escudo,
fijos en descifrar un temblor,
mendigando la hogaza prometida.
 
Y vino, callada y exacta,
la curva final del minutero.
Fuimos chispas cruzando el estío,
metal y escama en compás,
fogata sin suelo
borrando la huella de la llama.
 
Sembrador de horas latiendo,
dejaste voces en la brasa,
hasta que la ceniza te volvió clamor,
y el clamor, mi oxígeno.
Paletas de savias, de mapas, de umbrales, de cielo:
saxofón dormido frente a la calle.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 7 de agosto de 2025

El latido interno de la materia

En la plataforma pétrea del abismo
late la médula embrionaria
como el hálito hinchado de la savia
que en la arcilla
sin fervor
fluctúa
dibujando sus raíces sobre el río
 
Más hondo percibo la urgencia
que quiebra
la terca quietud del vacío
 
La materia severa se disuelve
en tránsitos
y borrascas errantes
se pliega al aliento que fermenta
su propia silueta esencial
su estudiosa ceguera de lo externo
 
Sigue vibrando el quiebre
en la senda glacial de su garganta
 
Un abrigo respira aislado
chisporrotea de gozo entre la tela florecida
 
y en la garra más profunda
una brasa invisible
se reconoce
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 6 de agosto de 2025

La Hendidura del Exhalar

Intuyo el umbral inasible del exhalar,
el tul de resplandores mudos en la entraña del abismo.
 
Tejo hilos perpetuos desde mi génesis.
 
Rescato ascuas pretéritas
en cristales y tapias
donde abro hendiduras para avistar el ocaso y el albor.
 
En los mausoleos
palpitan lágrimas fulgentes,
sombras calmas sobre la roca
o en el sustrato del juicio,
donde duermo sobre el yermo.
 
Devuelvo contorno a mi clavícula descosida,
descifro la mueca de mis falanges abismadas
que brindan merced al náufrago que soy,
aserto con cerdas y nudillos.
 
Poseo la tonalidad,
la fricción nívea y umbría sobre el hilo de agua,
el segundero del hálito,
la cautela del aliento.
 
Yo replico. 
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 5 de agosto de 2025

Puente del Ocaso

Puente leve del sonido.
Desde mi epidermis novísima, el viento:
pulso del ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
 
Abro las lluvias
sobre un tapiz dorado de semillas.
Abro el torrente, y allí germino,
como se expande el hueco en mis pupilas alucinadas,
como despiertan bocas vedadas
cuando la dermis del cosmos reposa en lo que toco.
 
¿Fui trino en la frescura?
¿Grito jamás?
Puente leve.
Ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
 
Quizá la obstinación de las espigas
o mi abundancia celeste en el temblor del ojo.
Ivette Mendoza Fajardo